
Sí,
ese mundo tenía sus defectos y a veces era un mundo horrible, pero la vida
cotidiana de gran número de personas fue por lo menos regulada por una serie de
significados proporcionados por puntos de referencia. A modo de recuerdo, ese
era un mundo todavía familiar para muchos de nosotros. Algunos lamentamos su
fallecimiento. Pero ese mundo nunca volverá.
El
nuevo mundo es líquido. El espacio y tiempo han sido abolidos. Despojado de su
mediación tradicional, la sociedad se ha vuelto cada vez más y más fluida y más
y más segmentada, lo que sólo facilita su reificación (1). Uno vive en ella a modo de “zapping”(2). Con la virtual desaparición de los grandes proyectos
colectivos, que alguna vez fueron los portadores de diferentes visiones del
mundo, la religión del Yo – un Yo basado en la libertad ilimitada del deseo
narcisista, un Yo auto-generado de la nada – se ha traducido en la
desterritorialización de todos los ámbitos, que ahora va de la mano con la
disolución de todos los puntos de referencia, lo que hace al individuo más y
más maleable, más condicionable, cada vez más vulnerable y más y más nómada.
Bajo la excusa de la “modernización” emancipadora, “por más de medio
siglo, la ósmosis ideológica ha tenido lugar entre la derecha económica y la
izquierda multicultural” (Mathieu
Bock-Côté), que engrana el liberalismo económico con el liberalismo
social, el sistema de mercado con elementos marginales de cultura, todo ello
debido principalmente al reciclaje mercantil de la ideología del deseo y la
capitalización de la ruptura de las formas sociales tradicionales. El
objetivo general es la eliminación de las comunidades de significados que se
niegan a operar de acuerdo a la lógica del mercado.
Mientras
tanto, algunas transformaciones antropológicas reales han tenido lugar. Afectan
a la relación con nuestro Yo, la relación con el Otro, la relación con el
cuerpo, la relación con la tecnología. Mañana estas transformaciones nos pueden
apresurar hacia el proyecto de fusión de la electrónica y el propio cuerpo vivo
del hombre. Tan pronto como el afán de lucro se convierte en la única
motivación, a expensas de todo lo demás, su resultado performativo es la
generalización del espíritu mercantil, que a su vez convierte la ciudadanía en
simples clientes. Dentro de este contexto, la “corrección política” no
es sólo un capricho pasajero y divertido, sino un poderoso medio para
transformar el proceso de los pensamientos, restringir cada vez más el espacio
común como generador de obligaciones recíprocas, y que sea imposible recuperar
el mundo de los significados que ha desaparecido por ahora.
Por
fin estamos siendo testigos de la aplicación de la “gobernanza”, una
especie de cesarismo financiero que se reduce a gobernar a los pueblos,
mientras que se les mantiene a raya. Por su parte, el Estado administrativo y
terapéutico, siendo el distribuidor de la ingeniería social y actuando como
Gran Supervisor, está trabajando en la eliminación de todas las barreras que
separan el orden del caos. Afirma su poder sobre la realización de una
perfectamente deliberada sub-caótica situación en contra del contexto de su
propio avance hacia ninguna parte, y junto con una atemporalidad generalizada,
creando así una situación de guerra civil fría. La sociología de la víctima
rechaza la noción misma de clase social, insertando en su lugar la denuncia de “exclusión”
y la “lucha contra la discriminación”, así como una “ciencia” económica
que concibe la noción de categorías de personas como una categoría residual. Al
mismo tiempo, sin embargo, más que nunca, la lucha de clases pasa a estar en
plena marcha.
En
Europa, bajo el impacto de las políticas de “austeridad”, el proceso de
caer en la recesión, si no es que en la depresión, está teniendo lugar. El
desempleo masivo sigue creciendo, el desmantelamiento de los servicios públicos
conduce a la reducción de los bienes sociales, mientras que el poder
adquisitivo sigue disminuyendo. Una cuarta parte de la población europea (120
millones de personas) se encuentra hoy amenazada por la pobreza. En el pasado,
se llevaron a cabo revoluciones por mucho menos que eso. Hoy en día, no existe
tal cosa. Outsourcing, paros, traslados industriales, despidos laborales
abusivos y las llamadas “reestructuraciones sociales” pueden sin duda
desencadenar protestas sociales, pero en ningún lado cercano al horizonte hay
huelgas de solidaridad, mucho menos huelgas generales. La misma preocupación de
mantener el propio trabajo no tiene otro propósito que la suya. ¿Por qué la
crisis se tolera pasivamente? ¿Las naciones están tan exhaustas, tan
deslumbradas, tan desconcertadas? ¿Han aceptado la idea de que no hay otra
alternativa? Las naciones viven bajo el horizonte de la fatalidad. Todo el
mundo espera que algo suceda. Pero no va a suceder, porque el capitalismo, con
toda objetividad, está alcanzando ahora sus límites históricos absolutos.
Estamos
viviendo una crisis de una magnitud absolutamente sin precedentes y que afecta
al sistema capitalista en un nivel de acumulación y productividad que nunca se
ha llegado antes. Las crisis del siglo XIX se podrían superar ya que el capital
aún no se había apoderado enteramente de los medios de reproducción social. La
crisis de 1929 fue superada por el fordismo, las regulaciones keynesianas y la
Segunda Guerra Mundial. La crisis actual, que se produce actualmente en el
contexto de la tercera revolución industrial, es una crisis estructural,
encabezada por el empoderamiento total de los mercados financieros sobre la
economía real y además plagado por deuda pública generalizada.
Una
de sus consecuencias directas es la entrega del poder político a los
representantes de Goldman Sachs y Lehman Brothers. Pero ninguno de estos puede
resolver el problema, porque no hay ningún mecanismo de este tipo capaz de
superar la crisis actual. Las burbujas financieras, el crédito estatal y la
impresión de dinero, es decir, la creación de capital-dinero ficticio, ya no
puede resolver el problema de la pérdida de la sustancia capital. Ante la falta
de crecimiento real, y sin importar si se mueve hacia una inflación
incontrolable o hacia un pago público general predeterminado, o si se mueve
hacia una inflación incontrolable, la crisis de solvencia actual (que ahora
está siendo tratada como una crisis de liquidez) – todo esto va a terminar en
un terremoto.
En
un tiempo como el nuestro, hay cuatro
tipos de personas. Están aquellos que conscientemente desean hundirse
más y más en el caos y la oscuridad. Hay quienes, lo quieran o no, siempre
están dispuestos a soportar cualquier cosa. Luego están también los dinosaurios
de derecha que viven alrededor de la situación actual a modo de lamento. Desde
lloriquear hasta las conmemoraciones, se imaginan que pueden traer de vuelta el
viejo orden, lo que explica sus constantes derrotas.
Pero
también hay quienes anhelan un nuevo comienzo. Los que viven en la oscuridad,
pero no son de la oscuridad, es decir, aquellos que se esfuerzan por resucitar
la luz. Los que saben que más allá de lo real, también existe la posibilidad. A
ellos les gusta citar a George Orwell: “En una época de engaño universal,
decir la verdad es un acto revolucionario.”
por Alain de Benoist
Título original: La fin du monde a bien eu lieu. Traducción del francés al inglés:
Dr.Tomislav Sunic. Traducción del inglés al castellano: Manuel Ortiz
(1)
Degradar a seres humanos transformándolos en cosas o mirándolos como si fueran
cosas.
(2) Es el acto de saltar programación o canales en la televisión
(2) Es el acto de saltar programación o canales en la televisión