ESTOICISMO: lecciones de resistencia.
El estoicismo es un filosofía que busca, ante todo, la tranquilidad y la serenidad de espíritu. Para Epicteto, el sabio es aquel que acepta de buena gana todas las circunstancias de la vida, sin desear otras.
La fundación de la escuela estoica se debe a Zenón, hijo de un mercader, que leyó las obras de los filósofos socráticos, y grandemente atraído por estas disciplinas, oyó cuidadosamente las enseñanzas de los cínicos. Diógenes Laercio afirma que Zenón, sintiendo repugnancia por ciertas desviaciones intelectualistas en que habían caído los cínicos, decidió expresar sus propios pensamientos en las galerías del ágora y más exactamente en la puerta o "Estoa"; de allí vendría la denominación de "estoicos", como se les conocería más tarde. En realidad, tampoco contaban con ningún lugar para impartir sus clases o expresar lo que sentían.
Los estoicos consideraban al ser humano como parte de un Gran Ser o cosmos, con el que colabora. De ahí que cada ser humano se convierta en un microcosmos como un reflejo del gran macrocosmos. Por todo ello, consideran que hay un derecho o ley que debía ser igual para todo el cosmos, para todos los hombres. Exponen que todos hemos de acatar las leyes de la Naturaleza, iguales para todos los seres. Y aceptar nuestro destino, ya que formamos parte del cosmos.
Sus mensajes contenían algunos conceptos interesantes, como pueden ser: orientar al hombre hacia la autarquía o autosuficiencia, para que fuese independiente y libre. Para conseguir esta meta, es imprescindible desarrollar una fortaleza interior y exterior a través de una disciplina de mente y cuerpo, que nos ayude a tener cada ver más desapego de las cosas que nos rodean, y ante las circunstancias de nuestra vida para no salir de nuestro centro, que en definitiva, nos proporciona nuestra libertad y sabiduría. Esta fortaleza se plasma en la conducta valerosa de los héroes, que les capacita para enfrentar cualquier adversidad, así como de cualquier circunstancia demasiado favorable que pueda desviar la conducta de su centro. Esto nos podría conducir de nuevo a la dependencia y esclavitud.
Otro concepto que aparece en los estoicos es la idea de la ataraxia. Era importante vivir con las pasiones. Asumir con equilibrio las dificultades para que no alteren el espíritu y el cuerpo. Es decir, conseguir un equilibrio emocional y espiritual para incrementar nuestra tranquilidad interior.
Esta fortaleza interior se traducirá en un comportamiento con los demás y en una vida sana y digna. Consideran importante aprender a vivir en un mundo agitado sin que les altere, ya que esto les conducirá a la libertad y a la seguridad. Podríamos traducirlo como el sosiego que surge en el hombre cuando domina sus emociones. Y esto lo encamina a la sabiduría, y en definitiva, a la verdadera felicidad.
Esta ataraxia ha de convertirse en una energía vital que nos permita transmitir esa semilla, esa esperanza de una vida en equilibrio encaminada a la sabiduría.
Podemos distinguir tres periodos en la escuela estoica:
1. Estoicismo antiguo
Zenón. Nació en el año 332 a.d.C., de raza semítica, falleció en Atenas a muy avanzada edad, sin haber caído nunca enfermo.
Se cree que el pensador que más influyó en él fue su maestro cínico Crates. Es por ello por lo que decimos que el estoicismo tiene esa raíz cínica. Algunos filósofos estoicos de este periodo griego son: su discípulo Cleantes, segundo jefe de la Stoa. Era púgil de profesión. Fue conocido por su fortaleza física, valor y perseverancia.
Crisipo, discípulo de Cleantes, fue ingenioso y agudo. Ávido lector y sistematizador del pensamiento. Bajo su dirección, la Stoa adquirió rigor y consistencia para poder enfrentarse a las críticas de su tiempo.
2. Estoicismo medio
Panecio, de joven, fue sacerdote. Viajó a Oriente contrastando la idea estoica con las ideas orientales. Esto le llevó a ser más tolerante.
Poseidonio nació en Siria. Fue un gran erudito. Estos pensadores se convierten en instructores de la sociedad y van a marcar esas nuevas normas de vida que aconsejaba su escuela.
3. Estoicismo Romano
Pasamos a la época del estoicismo en Roma, con los filósofos más destacados, como el emperador Marco Aurelio, Séneca, y Epicteto.
Epicteto:
Es uno de los filósofos más célebres de la corriente filosófica conocida como estoicismo, de gran popularidad en la Grecia helenística y en la antigua Roma. Vivió casi toda su existencia como esclavo, sin embargo, tras quedar en libertad, se convirtió en uno de los filósofos más famosos del mundo. Ante todo: serenidad de espíritu.
Su doctrina se centra básicamente en la ética, en la mejor manera de vivir la vida, y sus enseñanzas han pasado a la historia como unas de las mejores maneras de alcanzar la paz interior. Tanto es así que cuando hablamos de «tomarnos las cosas con filosofía», por lo general nos referimos a las ideas estoicas, y por tanto, a las de Epicteto.
De todas las cosas del mundo, unas dependen de nosotros y otras no. Dependen nuestros juicios y opiniones.
Los días de fiesta deben ser para ti aquellos en los que vences una tentación, o al menos, dominado el orgullo, la maledicencia o cualquier vicio. Esto es más importante que haber vencido una batalla. Vuelve en ti y lucha contra ti mismo y vuelve a ser hombre. No olvides que eres actor en una obra y debes representarla debidamente.
Es importante la idea de la dignidad del hombre, esté donde esté y desempeñe el papel que desempeñe. Para conseguirlo, hemos de tener presente la no participación en conversaciones obscenas, y debemos comentar nuestro disgusto ante quien las haya comenzado. Si esto no fuera posible, deja traslucir con tu gesto tu desagrado.
Para Epicteto, filósofo es el que encuentra la libertad dentro de él. El camino del filósofo no es fácil, sino que requiere de una fortaleza interior. Hay que adaptarse a las normas más hermosas y que consideres justas.
Todos formamos parte del cosmos. La buena marcha del mundo depende tanto de las múltiples variaciones de los elementos como del cambio de los seres que lo constituyen. Es decir, podemos afectar al mundo con nuestro comportamiento.
La filosofía es la búsqueda del equilibrio, de paz, de evolución y de verdadera libertad y va a surgir de dentro de nosotros. Es muy importante saber por qué vivimos, hacia dónde vamos, y tomar conciencia de la existencia. Esto nos aleja de la ignorancia que nos tiene inconscientes de la realidad, pero que le viene muy bien a los dirigentes.
ESTOICISMO - EPICTETO
1. Destino predeterminado.
Esta es una de las enseñanzas básicas del estoicismo, y por ello también de Epicteto. El ser humano no es libre, sino que su existencia está predeterminada. Nacemos y morimos bajo un plan divino que no podemos cambiar. Por ello, nuestro filósofo determina que no tiene sentido que sintamos preocupaciones, angustias o frustraciones, puesto que todo lo que nos ocurre, todo lo que acontece, no puede ser de otro modo. Como si de un viaje en tren se tratara, nuestra vida discurre por una senda marcada de antemano, de modo que nuestra libertad de acción no ha de centrarse en buscar tal o cual fin específico, sino en aceptar las reglas del juego y tratar, sencillamente, de vivir lo más cerca posible de nuestra propia naturaleza.
2. Tranquilidad de espíritu (ataraxia).
El sabio es aquel que acepta de buena gana todas las circunstancias de la vida, pues comprende que no tiene otra opción. No está en su mano controlar los sucesos de la existencia y por ello puede permitirse relajarse y aceptar lo que la vida le ofrece.
De este modo, asumiendo y aceptando la incapacidad de controlar los sucesos a los que se enfrenta, el ser humano puede alcanzar la ataraxia, la tranquilidad de espíritu. Como el mismo Epicteto afirmaba: «Compórtate en tu vida como en un banquete. Si algún plato pasa cerca de ti, cuídate mucho de meter la mano. En cambio, si te lo ofrecen, coge tu parte. Haz lo mismo con tus riquezas, amigos, parejas, familia o cualquier otro aspecto. Si puedes lograrlo, serás digno de sentarte a la mesa de los dioses. Y si eres capaz, incluso, de rechazar lo que te ponen delante, tendrás parte de su poder».
El sabio es aquel que acepta de buena gana todas las circunstancias que la vida trae consigo en cada momento
3. Vivir en el ahora.
No preocuparnos ni por el pasado ni por el futuro, sino vivir siempre en el presente, único período sobre el que tenemos algún control. La vida centrada en el futuro complica la misma, pues el anticipo de aquello que puede ocurrir causa en nosotros temores (muchas veces infundados) y preocupaciones que pueden desembocar en problemas como la ansiedad o el estrés. Del mismo modo, la vida en el pasado, evocando lo que fue, comparándolo con lo que podría haber sido, desemboca a menudo en depresión, otro grave problema para el ánimo.
Por ello, Epicteto apuesta por una vida plena en el único momento sobre el que podemos tener algún poder de decisión: el ahora. Solo el momento presente es nuestro realmente y a él hemos de dedicar nuestra atención y esfuerzo. Y no dejemos que ni el pasado ni el futuro nos atormenten –dice el filósofo–, pues el primero ya no existe y el segundo lo afrontaremos con la misma ecuanimidad y virtuosismo que el hoy.
4. Imperturbabilidad.
No debemos celebrar nuestros logros ni llorar nuestras pérdidas, pues ambos son parte de lo que el destino ha trazado para nosotros.
«Nunca digas respecto a nada: ‘lo he perdido’. Piensa: ‘lo he devuelto’»
Básicamente lo que nos pide Epicteto es que no cedamos el control de nuestra vida a nuestras emociones, que no son parte de un comportamiento basado en la razón. El sabio se conoce a sí mismo, su propia naturaleza, sus fortalezas y debilidades. Por ello, no cede ante la irracionalidad de las pasiones, ya sean estas de alegría, tristeza, orgullo, etc. Al contrario, acepta lo que ocurre como parte del plan divino al que está sometido y se pliega a este.
5. Razón ante todo.
Los estoicos respetaban ante todo la razón, despreciando la irracionalidad y la representación de esta: las pasiones. Puesto que la racionalidad es la característica básica de la naturaleza del ser humano, es conforme a ella que hemos de vivir, repudiando todo aquello que no sigue su senda.
El sabio ha de tener el dominio absoluto de sus pasiones y mantenerse imperturbable ante cualquier suceso. Sabe que el control de las mismas es la base de su tranquilidad de espíritu, de manera que pone todo su esfuerzo en vivir con la herramienta con que para ello se le ha dotado: la racionalidad.
6. Mirada al interior.
Epicteto, como estoico que es, no presta atención a lo que sucede en el mundo, en el exterior. ¿Por qué? Por la simple razón de que sabe que no tiene control alguno sobre lo que en este acontece. Solo presta atención a lo que depende de sí mismo: sus pensamientos y sus acciones. El ideal estoico es un hombre vuelto hacia sí mismo que encuentra la paz en su interior. De este modo, trata de conocerse, de analizarse, de comprender por qué es como es. Busca aumentar sus virtudes y vencer sus vicios, esforzándose día tras día para mejorar y acercarse al ideal del sabio.
7. Libertad.
Todo esto que venimos diciendo no tiene otro fin que el más ansiado objetivo de la filosofía estoica: la libertad. Epicteto, lo mismo que Séneca, Zenón o Marco Aurelio, persigue lo que él considera la esencia de quien es verdaderamente libre, que no es otra cosa que el total control y conocimiento de sí mismo. Nada puede dañarle o hacerle perder su imperturbabilidad, nada puede afectarle emocionalmente, ningún deseo tiene que pueda ser insatisfecho. De este modo, impasible ante los accidentes de la vida, el sabio estoico es plenamente libre, pues nadie más que él está al mando de su alma.
Epicteto persigue lo que él considera la esencia de quien es verdaderamente libre: el total control y conocimiento de sí mismo
8. Confianza en los sentidos.
Los estoicos seguían la teoría aristotélica de que nuestro conocimiento nos llega a través de los sentidos –nuestra experiencia sensible–, cuya información pasa más tarde a ser analizada y abstraída por nuestra razón (como ya hemos dicho, la herramienta principal con la que cuenta el ser humano para vivir en el mundo), sacando entonces conclusiones generales.
9. Dios.
Epicteto defiende la idea de una o varias divinidades, superiores a los humanos, que se encargan de regir nuestros destinos y organizar las leyes que gobiernan la naturaleza. Así, el ser humano nunca está solo, pues vive conforme al plan que Dios ha establecido para él. Esta visión de la divinidad de los estoicos tuvo una fácil reinterpretación por la mayoría de las religiones, que adaptaron a ese “guía” que marca nuestro destino y nuestra naturaleza a sus respectivas divinidades.
Para los estoicos, es irrelevante qué Dios es el que está guiando nuestros pasos, sino el hecho de que sea así. Llamémoslo Dios, ley natural, logos, Tao, karma… No importa. Sólo hemos de aceptar la idea de que nuestra vida no depende exclusivamente de nosotros y que, por ello, la misma nunca podrá plegarse totalmente a lo que queremos. Por eso, lo mejor es permitirla fluir y dejarnos llevar por ella, anulando nuestras expectativas y confiando en el buen hacer de quien ha fijado nuestro rumbo.
10. Naturaleza.
En esencia, toda la filosofía estoica se basa en vivir comulgando con las leyes establecidas por la naturaleza. Por ello, hemos de vivir racionalmente y confiando en el plan que se ha establecido para nosotros. Sólo así el ser humano puede lograr vivir una buena vida. No una llena de placeres y desenfrenos, sino una vida feliz, ausente de dolor y caracterizada por la tranquilidad.
Epicteto dixit:
«Solo el hombre culto es libre»
«La prudencia es el más excelso de todos los bienes»
«No pretendas que las cosas ocurran como tú quieres. Desea más bien que se produzcan tal como se producen y serás más feliz»
«Filosofar es esto: examinar y afinar los criterios»
«Si no tienes ganas de ser frustrado jamás en tus deseos, no desees sino aquello que depende de ti»
«La felicidad no consiste en adquirir y gozar, sino en no desear nada, pues en eso consiste ser libre»
Lecciones para nuestra vida cotidiana que podemos extraer de los estoicos:
- Lo que inquieta al hombre no son las cosas, sino las opiniones acerca de las cosas.
- Acusar a los demás de los infortunios propios es un signo de falta de educación. Acusarse a uno mismo, demuestra que la educación ha comenzado.
- La verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad.
- El sol no espera a que se le suplique para derramar su luz y su calor. Imítalo y haz todo el bien que puedas sin esperar a que se te implore.
- El ignorante no espera de sí mismo su bien y su mal, sino de los otros. El filósofo tan solo espera bien y mal de sí mismo.
- No depende de nosotros el ser ricos, pero sí el ser felices. Además, las riquezas no son siempre un bien, porque suelen ser poco duraderas. En cambio, la felicidad que proviene de la sabiduría perdura siempre.
De esta escuela compartimos estas ideas. Tratamos nuestra riqueza interior, nuestro crecimiento, como la escuela estoica, y está abierta a todo el que esté dispuesto al cambio y a ser libre.
«Aunque no es posible alcanzarlo, lo perfecto sigue siendo el modelo».
Ernst Jünger.
*Lecturas recomendadas:
Epicteto: "Manual para la vida feliz" (es el "Enquiridión")
Séneca: "Cartas a Lucilio"
Marco Aurelio: "Meditaciones"
domingo, 12 de abril de 2020
miércoles, 1 de abril de 2020
Why Europeans Must Reject Christianity II Porqué los Europeos Deben Rechazar el Cristianismo II
Why Europeans Must Reject Christianity II
Porqué los Europeos Deben Rechazar el Cristianismo II
Porqué los Europeos Deben Rechazar el Cristianismo II
Del sitio original chechar.wordpress.com hemos traducido aquí la segunda parte y final del ensayo Why Europeans Must Reject Christianity. Aquí el autor deslinda claramente el origen cristiano del credo marxista, derivado de la filosofía trinitaria del famoso Hegel, y antes, de la rebelión democratizadora del monje Lutero. Se refiere también al liberalismo y las democracias modernas, que conforman un contemporáneo y secularizado neo-cristianismo, ya despojado de antiguos y supersticiosos "misterios", y a cómo todo ese aparataje ideológico y doctrinal, al igual que en la Antigüedad, sigue actuando en contra de la civilización y la cultura occidental, y en especial contra su gente, ahora por medio del reemplazo demográfico con gente de bajo CI, a causa de su nihilismo intrínseco e inocultable. Hay que señalar que un sitio que también publicó en inglés este ensayo le suprimió muchas cosas debido a su mojigatería judeo-cristiana.
CRISTIANISMO: ¿LA ABUELA DEL BOLCHEVISMO?
En 1933 el historiador alemán Oswald Spengler escribió: "Todos los sistemas comunistas en Occidente de hecho derivan del pensamiento teológico cristiano. (...) El cristianismo es la abuela del bolchevismo". Ya sólo esto hace del cristianismo una de las fuerzas más destructivas en la Historia mundial, una fuerza tan radiactiva que destruye todo dentro de su vecindad inmediata. ¿Pero cómo esto es siquiera posible?
La igualdad es un aspecto tan fundamental del "kerygma" [predicación] de la Iglesia, que si fuera quitado, la estructura ideológica entera de la ortodoxia cristiana colapsaría como un castillo de naipes. La "catolicidad" de la Iglesia significa que el ingreso al cuerpo de Cristo está abierto a todos los hombres, sin tener en cuenta las diferencias etno-lingüísticas o socio-económicas. La salvación, porque está igualmente disponible para todos, significa que todos los hombres poseen la misma capacidad innata para conseguirla. Hay también una igualdad universal en la depravación pecadora, así como en la posesión de la inmerecida gracia divina. El mandamiento de Jesús de amar al prójimo como a uno mismo es simplemente la aplicación de principios universalistas e igualitarios a la vida social humana. En el Nuevo Testamento a los creyentes se les pide que se sirvan unos a otros, con el objetivo de conseguir la igualdad social dentro de un ambiente eclesiástico.
La asimilación del idealismo platónico por los teólogos cristianos anteriores al Concilio de Nicea (año 325) añadió una dimensión metafísica a las declaraciones igualitarias del Nuevo Testamento. Cuando Dios creó al hombre, él le impartió el aliento de vida a través de sus fosas nasales. Ese "aliento", psique o ánima, traducido como "alma", sirvió como el principio de vida del cuerpo animado. La igualdad de las almas ante Dios se obtiene porque todos tienen la misma imago dei o imagen de Dios. En el Jardín de Edén, el hombre vivía en circunstancias de igualdad natural. Agustín escribe que antes de la Caída nadie ejercía el dominio o la señoría sobre nadie sino que todos gobernaban igualmente y de manera indiferenciada sobre la creación inferior. La igualdad natural que una vez existió en esa mítica prehistoria se perdió por causa del pecado, que corrompió la naturaleza humana. Eso trajo esclavitud y otras desigualdades al mundo. La Iglesia creía que el reino de Dios restauraría las condiciones edénicas al final de los tiempos.
Para la Iglesia pre-Nicea, la creencia en la igualdad espiritual no era alguna fórmula osificada para ser recitada de memoria como el Credo de los Apóstoles, sino una realidad siempre presente con consecuencias "anticipatorias" en el mundo real. Las narrativas del Evangelio que incorporaron elementos del comunismo primitivo fueron recibidas favorablemente por la Iglesia y declaradas canónicas. En Lucas cap. 3, Juan el Bautista, un miembro de los comunistas esenios, exhorta a sus seguidores a compartir su ropa y comida con aquellos que son indigentes. Las declaraciones comunistas de Juan presagian el comunismo primitivo más explícito de Jesús.
En Lucas cap. 4 Jesús comienza su ministerio inaugurando un aceptable "año del favor del Señor". Ésa es una referencia directa al Jubileo hebreo, que llegaba cada cincuenta años después de la finalización de siete ciclos sabáticos. La proclamación del Jubileo significaba la liberación de los esclavos, la absolución de las deudas, la redistribución de la propiedad, y la propiedad común de los productos naturales de la tierra. Según el Levitico, nadie poseía la tierra excepto YHWH; sólo su usufructo podía ser comprado. Aquél no era un año literal de Jubileo inaugurado por Jesús. Los pasajes citados en Lucas son de Isaías, no del Levítico que contiene la legislación hebrea real. Las imágenes asociadas con el Jubileo son usadas para describir los rasgos escatológicos realizados de la nueva edad inaugurada por el Mesías próximo. Su retorno simboliza la inversión completa del antiguo orden. La nueva edad dará origen a relaciones sociales comunistas mediante la transformación ética de los creyentes. Desde un punto de vista hermenéutico bíblico, el Jubileo de la Torá presagia el Jubileo mayor ahora realizado en el ministerio de Jesús.
Las enseñanzas económicas de Jesús van mucho más allá del compartir comunitario del Levítico. Ellas requieren la reorganización en gran escala de la sociedad de acuerdo a orientaciones igualitarias y comunistas. En Lucas cap. 6 Jesús ordena a quienes lo escuchan que den a todos aquellos que pidan, sin hacer diferencia en cuanto a amigo o enemigo. Su condena de la venganza violenta está estrechamente unida a esta ética de un compartir universal; la organización social comunista prevista por Jesús no puede prosperar en una atmósfera de violencia y sospecha. La edad escatológica inaugurada por el Mesías es una donde el préstamo sin la expectativa de la recompensa financiera se ha hecho una nueva obligación moral, una que debe ser realizada si uno desea obtener tesoros en el cielo.
El que la temprana práctica comunista cristiana era moralmente obligatoria es apoyado por numerosos pasajes del Nuevo Testamento. Según 1ª Juan 3:16-17, los creyentes fieles sacrificarán sus vidas por el bien de otros, especialmente dando a aquellos que están en necesidad; cualquiera que rechaza hacer eso no puede afirmar ser un cristiano en una buena posición moral.
En la Iglesia pre-nicena, el compañerismo no era sólo espiritual sino que incluía la ayuda mutua en la forma de ayuda material y económica concreta. La epístola canónica de Santiago define la religión verdadera como el cuidar de "huérfanos y viudas", una antigua locución hebrea para referirse a los económicamente desfavorecidos. Aquellos que favorecen al rico sobre el pobre, en vez de tratar a ambos igualmente, son pecadores que necesitan arrepentirse. Ellos han transgredido el gran mandamiento de Jesús de "amar al projimo como a uno mismo". Santiago (2:17) dice que "la fe, si no va acompañada de obras, está muerta en sí misma". ¿En qué consisten esas "obras"? Somos informados de que la verdadera fe es mostrada por aquellos que alimentan y visten a los desgraciados de la tierra. Si uno rechaza hacer eso, la identidad misma de alguien como cristiano es puesta en peligro.
En 2ª Corintios, Pablo proporciona una justificación teológica adicional para la temprana práctica comunista cristiana usando la "kenosis" de Cristo [su renuncia a sus atributos divinos] como un punto de referencia. Se esperaba que los cristianos siguieran el ejemplo de Jesús, quien era "rico" en su estado preexistente, pero que se "empobreció" voluntariamente de modo que los creyentes pudieran hacerse "ricos" por medio de la "pobreza" de él. Eso significaba que las comunidades cristianas más ricas estaban obligadas moralmente a compartir su abundancia de riqueza con las más pobres. El propósito de redistribuír la riqueza de una comunidad cristiana a otra, escribe Pablo, era lograr la igualdad económica entre los creyentes.
La identificación apostólica de la "fe verdadera" con la redistribución material condujo al establecimiento del primer sistema de bienestar del mundo y a una economía doméstica centralmente planificada. Si bien alguna forma de comunismo primitivo existió antes de las prácticas comunistas cristianas institucionalizadas de los tres primeros siglos d.C., ella estaba reservada para pequeñas comunidades de intelectuales de habla griega o para fanáticos religiosos judíos. Lo que hizo único al comunismo cristiano fue su universalismo moral y su orientación no-etnocéntrica. Considerando el impulso igualitario de la temprana ideología comunista cristiana, no debería ser ninguna sorpresa que el principio organizativo central de la economía marxista clásica, "de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad", fuera sacado textualmente de las páginas del Nuevo Testamento.
El marxismo-leninismo, una ideología criminal del siglo XX que llevó a la muerte a más de 100 millones de individuos por todo el mundo, fue directamente inspirado por las declaraciones éticas del Nuevo Testamento. Ésa es una fuente de gran vergüenza para los religionarios cristianos. En su defensa, los apologistas enfatizan la naturaleza voluntaria de la práctica comunista en el cristianismo temprano. Sin embargo, esa evasión apologética es claramente anacrónica. La libertad definida como la capacidad de elegir en ausencia de coacción externa es una idea únicamente moderna heredada de filosofías del liberalismo post-Ilustración. Esa idea de la libertad afirma la voluntad soberana como obediente a sí misma, pero también reducible a las leyes básicas del libre mercado. Sin embargo, ese entendimiento de la libertad está diametralmente opuesto al que se encuentra en la tradición filosófica griega antigua. En este contexto, no hay ninguna diferencia importante entre acción voluntaria y obligación involuntaria; los individuos no son conceptuados como agentes autónomos con una multitud de opciones para elegir. En vez de ello, la libertad es la capacidad de perseguir el Bien sin impedimento; sólo una voluntad que funciona apropiadamente, en la cual el sujeto ha comprendido totalmente la verdadera esencia de él, puede hacer eso. Hacer el mal va en contra del funcionamiento apropiado de la voluntad; eso no es una expresión de la capacidad individual para la libertad. Nadie rechaza voluntariamente perseguir el Bien; más bien, en ese caso se carece de la suficiente formación moral o del apropiado dominio de sí mismo.
El cristiano en el mundo antiguo era libre de no adorar o consumir la carne sacrificada a los ídolos; él no era libre de hacer lo contrario porque él ya no perseguía el Bien. Un cristiano que violaba la prohibición contra la idolatría no estaba legítimamente ejerciendo su capacidad para el libre albedrío, aunque la prohibición hubiera sido violada en ausencia de coacción externa. En cambio, tal acción era el resultado de una ignorancia moral o un error. Lo mismo podría ser dicho de la temprana práctica cristiana del comunismo. Ella era sólo "voluntaria" en el sentido de que los cristianos perseguían libremente un resultado moralmente aceptable. Si la libertad es la búsqueda del Bien sin obstrucción, los cristianos estaban moralmente obligados a participar en las prácticas socio-económicas comunistas de la Iglesia, ya que de otro modo ellos no serían considerados justos ante Dios.
LOS ORÍGENES CRISTIANOS
DEL LIBERALISMO Y SOCIALISMO MODERNOS
Las consecuencias "anticipatorias" de la igualdad espiritual significaron la igualdad social y económica para la Iglesia, lo que condujo al establecimiento del comunismo formal en las primeras comunidades cristianas. Aquello no era sólo filantropía sino un sistema de asistencia social altamente organizado que maximizaba la redistribución de la riqueza. El comunismo cristiano temprano era generalizado y duró siglos, cruzando límites tanto geográficos como etno-culturales. Las prácticas comunistas de la Iglesia pre-Nicea estaban arraigadas en la tradición de Jesús del siglo I. La existencia del comunismo cristiano temprano está bien atestiguada por los "padres" ante-nicenos y paganos contemporáneos.
Después de que el cristianismo se convirtió en la religión estatal oficial, la Iglesia se hizo cada vez más jerárquica a medida que las funciones eclesiásticas fueron mezclándose con las de la burocracia imperial. Las prácticas socioeconómicas comunistas de la Iglesia temprana fueron abandonadas por los cristianos medievales. Eso fue reemplazado por una visión de la desigualdad como estática, el resultado de una "gran cadena del ser" que clasificaba las cosas desde la más baja a la más alta. La gran cadena fue usada por teólogos para justificar cosmológicamente el orden social rígidamente estratificado que había surgido de las cenizas del antiguo mundo romano. Eso añadió un barniz de legitimidad ideológica al sistema feudal en Europa. En la gran cadena, el vicario de Cristo, el Papa, fue colocado en la cima, seguido de los monarcas europeos, el clero, la nobleza y, al fondo mismo, la clase campesina sin tierras. Aquello implicaba una visión de la igualdad espiritual como "antipática" [antitética]. Tomás de Aquino proporcionó una justificación adicional para la desigualdad de acuerdo a criterios estrictamente teleológicos. En la Summa contra Gentiles, la diversidad y la variedad en la Creación reflejan el armonioso orden establecido por Dios. Si el universo sólo contuviera cosas iguales, sólo una clase de bien existiría y eso quitaría mérito a la belleza y la perfección de la Creación.
La visión antipática de la igualdad cristiana fue la dominante hasta la Reforma Protestante del siglo XVI. El icónico acto de Martin Lutero —clavar las 95 Tesis a la puerta del castillo Wittenberg en 1517— dio origen a una crisis eclesiástica de autoridad que debía tener enormes repercusiones para el futuro de la historia occidental. El Papa ya no era el representante supremo de Cristo en la Tierra sino un tirano irredimiblemente corrupto, que había llevado impúdicamente a la Iglesia al desierto del olvido espiritual y el error.
El acceso a obras previamente desconocidas de la ciencia y la filosofía antiguas permitió a un público educado conocer los valores epistemológicos paganos que prepararían el terreno para la Revolución Científica del siglo XVII. El grito humanista "ad fontes!" [(acudir o volver) a las fuentes] fue ansiosamente adoptado por los Reformadores. Eso permitió que ellos socavaran los principios hermenéuticos escolásticos (es decir, la Quadriga [*]) y las doctrinas principales del cristianismo medieval. El redescubrimiento de manuscritos más confiables de la Biblia sirvió como un importante iniciador de la Reforma.
[*] Los cuatro sentidos que había que considerar en la interpretación de textos: literal, alegórico (especialmente al considerar las historias del AT como tipos o figuras del NT), anagógico (la interpretación en relación a la "gloria eterna"), y tropológico o moral (NdelT).
Los teólogos de la Reforma, armados con métodos textuales y filológicos humanistas, estudiaron el Nuevo Testamento y a los "padres" pre-Nicea en sus lenguas originales. Eso condujo a un "renacimiento" cristiano, un redescubrimiento del mundo cristiano temprano. Comparados con la floja moralidad y la indiferencia espiritual del clero de la Edad Media tardía, los 4 ó 5 primeros siglos de la Iglesia primitiva parecían una Edad de Oro, una que mantuvo la pureza doctrinal de la ortodoxia cristiana hasta el Papa Gregorio I, sin la carga de las groseras distorsiones de la teología escolástica y la tradición eclesiástica. Las enseñanzas y las prácticas cristianas tempranas, olvidadas durante la Edad Media, se hicieron populares otra vez entre los Protestantes.
Los Reformadores procuraron recobrar el espíritu del cristianismo primitivo incorporando principios igualitarios y mayoritarios en un ambiente eclesiástico moderno temprano. El pensamiento igualitario fue primero enunciado en la enseñanza de Lutero acerca del sacerdocio universal de todos los creyentes. En contraste con la enseñanza cristiana medieval, que veía al clero como miembros de una aristocracia espiritual, Lutero proclamó a todos los cristianos como igualmente sacerdotes ante Dios, con cada uno teniendo la misma capacidad para predicar y oficiar ante los fieles creyentes. Sobre esa base, Lutero exigió un final al tratamiento diferencial del clero y el laicado bajo el derecho canónico. Él también defendió el principio mayoritario desafiando la prerrogativa eclesiástica romana de designar a los ministros para las congregaciones cristianas. Calvino, el otro gran líder Reformado, reconoció las consecuencias en el mundo real que tendría la igualdad espiritual, pero la abordó desde la perspectiva de la igualdad universal en la depravación total.
Los Protestantes radicales vieron las políticas igualitarias de las iglesias Reformadas dominantes como fundamentalmente inadecuadas; cualquier realización concreta de la igualdad espiritual cristiana implicaba un renacimiento en gran escala de las prácticas socioeconómicas comunistas de la Iglesia primitiva. Thomas Muntzer, un discípulo temprano de Lutero, es representativo de esa versión igualitaria más radical del Evangelio. En 1525 un grupo de fanáticos religiosos, incluyendo a Muntzer, tomó el control de Muhlhausen en Turingia. Durante su breve gobierno sobre la ciudad, ellos pusieron en práctica el programa de los Once Artículos, un documento revolucionario que pedía la justicia social y la eliminación de la pobreza. Los ídolos fueron destruídos, los monjes fueron expulsados de sus conventos y la propiedad monástica fue confiscada y redistribuída entre los pobres. Desde el púlpito, Muntzer pronunció encendidos sermones ordenándole a su congregación que acabara con el "ídolo" de la propiedad privada si ellos deseaban que el "espíritu de Dios" habitara entre ellos. Siendo antes un líder de la Guerra de los Campesinos en Alemania, él fue capturado en Mayo de 1525 después de que su ejército fue derrotado en Frankenhausen. Él fue torturado y luego ejecutado, pero no antes de que sus captores fueran capaces de extraer la confesión "Omnia sunt communia" [Todas las cosas son comunes]. Si dicha confesión representa las palabras exactas de Muntzer, es polémico; sin embargo, eso refleja exactamente la devoción anti-materialista de Muntzer y la visión de que las enseñanzas del Evangelio debían ser puestas en práctica en su totalidad.
La Rebelión de Münster de 1534-1535, conducida por Jan Matthys y Johann de Leiden, fue mucho más extrema en su radicalismo. Después de la toma anabaptista de la ciudad, Matthys declaró a Münster el sitio de la Nueva Jerusalén. Católicos y luteranos fueron entonces expulsados de la ciudad, su propiedad confiscada y redistribuída a los pobres "según sus necesidades" por diáconos que habían sido cuidadosamente seleccionados por Matthys. Ellos comenzaron a imponer el comunismo primitivo de la Iglesia temprana sobre los habitantes de la ciudad. El dinero fue abolido; las viviendas personales fueron hechas propiedad pública de todos los creyentes cristianos; la gente fue obligada a cocinar y comer su comida en cocinas y refectorios comunitarios, a imitación de los "banquetes de amor" de los primeros cristianos. Siniestramente, Matthys y Johann incluso ordenaron la incineración masiva de todos los libros, excepto la Biblia. Eso fue para simbolizar una ruptura con el pasado pecador y el comienzo de una nueva Era comunista, como lo fue posteriormente el Año Uno de la Convención Nacional Revolucionaria francesa. En el otoño de 1534 la ciudad de Münster, controlada por los anabaptistas, abolió oficialmente toda la propiedad privada dentro de los límites de la ciudad. Pero la comuna anabaptista no iba a durar mucho tiempo. Después de un sitio larguísimo, los cabecillas anabaptistas, incluyendo a Johann de Leiden, fueron capturados, torturados y luego ejecutados por el obispo de Münster.
Los Levellers (Niveladores o "Agitadores") y los Diggers (Excavadores o "Verdaderos Niveladores"), activos durante las Guerras Civiles inglesas (1642-1651) y el Protectorado (1653-1659), estaban fuertemente influídos por la enseñanza cristiana primitiva. Los Diggers, fundados por Gerard Winstanley, fueron inspirados por las prácticas socioeconómicas comunistas de los primeros cristianos. Ellos trataron de establecer el comunismo agrario en Inglaterra, pero encontraron resistencia en ese esfuerzo, a menudo violentamente, por parte de agricultores ricos y funcionarios administrativos locales que los echaron como ateos y libertinos. Los más influyentes Levellers, una facción Puritana radical, intentó democratizar completamente Inglaterra introduciendo políticas de tolerancia religiosa y sufragio masculino universal. Su rechazo del arbitrario poder monárquico del rey Carlos I en favor de la democracia igualitaria estaba conformado en último término por las premisas teológicas cristianas. Levellers prominentes como John "Freeborn" Lilburne abogaron por principios igualitarios democráticos basados en su interpretación exegética del Libro del Génesis. Todos los hombres fueron creados iguales, decían ellos, sin que nadie tuviera más poder, dignidad y autoridad que algún otro en el Jardín de Edén. Ya que ningún hombre tenía el derecho de ejercer autoridad sobre otros, sólo la soberanía popular podía servir legítimamente como la base subyacente del gobierno civil. Muchas propuestas de los Levellers, como están escritas en el Agreement of the People, fueron incorporadas en la inglesa Declaración de Derechos (Bill of Rights) de 1689. Ese documento influyó posteriormente en la Declaración de Derechos estadounidense de 1791.
John Locke fue el fundador del liberalismo moderno, una tradición política empapada del dogma religioso cristiano. Él derivó muchas implicaciones sociales y políticas de la igualdad espiritual cristiana. Su creencia en la igualdad estaba arraigada en la firme convicción de que todos los hombres fueron creados a imagen de Dios, lo que los hacía iguales por naturaleza. Los Padres de la Iglesia y los teólogos medievales habían sostenido durante mucho tiempo que todos los hombres, fueran esclavos o libres, eran "iguales por naturaleza", pero que la desigualdad social entre los hombres era el castigo de Dios por el pecado. John Locke estaba de acuerdo con los autores patrísticos y medievales en la igualdad natural, pero rechazaba su uso del pecado original para justificar la aceptación pasiva de la desigualdad social y económica humana. Al igual que los reformadores Protestantes antes de él, Locke creía que la igualdad espiritual no era simplemente escatológica sino que entrañaba ciertas implicaciones de significación política en el mundo real de gran alcance.
El argumento de Locke para la igualdad universal se derivaba de una cuidadosa interpretación histórica y exegética de la narrativa bíblica. La creación del Hombre a imagen de Dios tenía enormes ramificacione para la teoría política de él, especialmente en lo que se refería a sus opiniones sobre la naturaleza del gobierno civil y el alcance de su autoridad. De su lectura del Génesis, Locke sostuvo que ningún hombre tenía el derecho de dominar y explotar a otros miembros de la especie humana. El Hombre fue creado por Dios para ejercer el dominio sobre el reino animal. A diferencia de los animales, que son inferiores por naturaleza, no puede haber ningún sometimiento entre los humanos porque su pertenencia a la especie lleva la impronta de un "hacedor omnipotente e infinitamente sabio". Eso significaba que todos los hombres nacen naturalmente libres e independientes. La visión de Locke de la igualdad universal implicaba además la "posesión de las mismas facultades" por todos los hombres. Aunque los hombres diferían en términos de atributos intelectuales generales, todos ellos poseían una capacidad intelectual de bajo nivel que permitía que ellos manipularan ideas abstractas y concluyeran lógicamente la existencia de un ser supremo.
En opinión de Locke, toda la autoridad del gobierno debe estar basada en el consentimiento del electorado. Ésa era una extensión de su creencia en la igualdad natural de la Humanidad. Cualquier abuso de poder por parte de representantes elegidos, cuando todos los recursos judiciales y políticos para rectificarlo habían sido agotados, debía ser remediado por la revolución armada. Eso restauraría a los hombres a la libertad original que ellos tenían en el Jardín de Edén. Liberarse de la tiranía permitiría que ellos eligieran un gobierno que estuviera más de acuerdo con la voluntad de la gente.
La teoría de Locke de los derechos naturales estaba basada en nociones bíblicas de una idílica prehistoria en el Jardín de Edén. Al contrario de teóricos monárquicos como Robert Filmer, la organización social más temprana del hombre no era jerárquica sino igualitaria y democrática. Si todos los hombres fueron creados iguales, nadie tenía el derecho de privar a ningún hombre de la vida, la libertad y la propiedad privada. En la filosofía política de Locke, los derechos son esencialmente obligaciones morales con alusiones religiosas cristianas. Si los hombres fueron obligados a renunciar a ciertos derechos naturales ante el gobierno civil, eso fue sólo porque tales derechos eran mejor administrados colectivamente para el bienestar general. Aquellos derechos a los que no podía renunciarse fueron considerados como libertades básicas, como el derecho a la vida y a la propiedad privada.
Los primeros escritores cristianos modernos imaginaron en detalle cómo sería una sociedad comunista ideal y cómo funcionaría. La literatura comunista temprana surgió dentro de un contexto religioso cristiano. Un ejemplo famoso es la Utopía de Tomás Moro, escrita en 1516, que le debe más a los ideales patrísticos del comunismo y a la práctica igualitaria monástica que a la República de Platón. Otra obra explícitamente comunista es el libro de 1602 La Ciudad del Sol del fraile dominico Tommaso Campanella. Esas obras forman un importante puente entre el comunismo cristiano premoderno y el socialismo "utópico" y "científico" del siglo XIX. Por primera vez en la Historia, esos escritos proporcionaron una crítica a fondo de las condiciones socioeconómicas de la sociedad europea contemporánea, indicando que sólo mediante la implementación de un sistema comunista sería posible realizar totalmente los ideales humanistas del Renacimiento. Ellos fueron más allá de la comunalización de la propiedad dentro de comunidades patriarcales aisladas para visualizar la transformación de unidades políticas en gran escala en organismos económicos unificados. Éstos estarían caracterizados por propiedad social y control democrático. Implícita en esos escritos estaba la suposición de que sólo el poder del Estado podría dar origen a un orden social justo y humanitario.
El socialismo "utópico" o pre-marxiano fue una importante etapa en el desarrollo de la ideología izquierdista moderna. Sus principales exponentes, Louis Blanc, Étienne Cabet, Charles Fourier, Henri de Saint-Simon y Robert Owen, eran cristianos devotos u hombres profundamente influídos por las enseñanzas socioeconómicas y éticas del cristianismo primitivo. Ellos a menudo veían a Jesús de Nazaret como un gran líder socialista. Ellos típicamente creían que la versión de ellos del comunismo era una realización fiel del mensaje evangélico de Jesús. En la visión pre-marxiana, el comunismo primitivo de la Iglesia cristiana temprana era un ideal para ser adoptado e imitado. Muchos de esos escritores incluso defendieron sus creencias comunistas citando extensamente palabras del Nuevo Testamento.
Louis Blanc veía a Jesucristo como "el maestro sublime de todos los socialistas" y al socialismo como "el Evangelio en acción". Etienne Cabet, el fundador del movimiento Icariano, comparó al cristianismo verdadero con el comunismo. Si el Icarianismo fue la realización terrenal de la visión de Jesús de un futuro reino de Dios, era imperativo que todos los comunistas "admiren, amen e invoquen a Jesucristo y su doctrina". Charles Fourier, un temprano fundador del socialismo moderno, veía a Jesucristo y a Isaac Newton como las dos figuras más importantes en el desarrollo formativo de su sistema de creencias. Él basó su ideología socialista directamente dentro de la tradición cristiana. Como el único seguidor verdadero de Jesucristo, Fourier fue enviado a la Tierra como el "Consolador" de que habla Juan 14:26, el "Mesías de la Razón" que rehabilitaría a toda la Humanidad de acuerdo a criterios industriales socialistas.
Henri de Saint-Simon, otro importante fundador del socialismo moderno, creía que el verdadero evangelio de Cristo era uno de humildad e igualdad. Él abogó por un "Nuevo Cristianismo" que comprendería las implicaciones prácticas y económicas del orden mundial justo predicado por Jesús. Saint-Simon fue también un temprano precursor del movimiento del Evangelio Social, que procuró mejorar la patología social mediante la aplicación de principios éticos cristianos. El temprano fundador galés del socialismo moderno, Robert Owen, aunque hostil al cristianismo organizado y a otras religiones establecidas, consideraba su propia versión del socialismo como "verdadero y genuino cristianismo, liberado de los errores que le habían sido añadidos". Sólo por medio de la práctica del socialismo los "inestimables preceptos del Evangelio" serían totalmente realizados en la sociedad industrial contemporánea.
Los primeros pioneros del socialismo, todos los cuales sostuvieron opiniones socioeconómicas basadas en principios religiosos cristianos, ejercieron una influencia profunda y duradera sobre Marx. Las creencias religiosas neo-cristianas de este último deben ser consideradas como el único verdadero sucesor histórico del cristianismo ortodoxo, en gran parte porque la ideología de él llevó a la implementación de enseñanzas socio-económicas cristianas a una escala hasta entonces inimaginable. Muntzer, los anabaptistas radicales y otros comunistas cristianos son considerados como importantes precursores de los movimientos socialistas modernos de los siglos XIX y XX. Por ejemplo, en la breve monografía de Friedrich Engels La Guerra de los Campesinos en Alemania, Muntzer es inmortalizado como el hombre cuyas creencias religiosas y políticas estaban muy por delante de su tiempo. Él incluso poseía un "equipamiento teórico" mucho más sofisticado que muchos movimientos comunistas de la época de Engels.
La transformación comunista primitiva del orden socioeconómico bajo el cristianismo está basada en 1) la eliminación de toda diferencia etno-lingüística y socioeconómica entre los hombres (unidad en Cristo), y 2) la igualdad espiritual fundamental de todos los seres humanos ante Dios. Ésa es la imagen de espejo de la moderna transformación comunista del orden socioeconómico bajo la ideología marxista clásica, que está basada en 1) la eliminación de toda distinción de clases entre los hombres, y 2) una fundamental "igualdad" de acceso a un depósito común de productos agrícolas y bienes manufacturados.
Las numerosas similitudes entre el comunismo cristiano y el marxismo son demasiado asombrosas para ser mera coincidencia. Sin la predominante influencia del cristianismo, la aparición del comunismo y el socialismo modernos habría sido imposible.
La Reforma Protestante del siglo XVI une el igualitarismo socioeconómico de las primeras comunidades cristianas con el igualitarismo socio-económico del Occidente moderno. Como un movimiento religioso de masas que comenzó en tiempos medievales tardíos, afectó profundamente el curso de la civilización occidental. La Reforma desempeñó un papel instrumental en la formulación y difusión inicial de formas de pensamiento igualitario liberales y socialistas que ahora sirven como las predominantes religiones estatales de las "democracias" occidentales modernas. Sin Lutero y la agitación de masas que siguió después, la igualdad espiritual cristiana habría permanecido como un hecho escatológico sin tener una relación directa con el mundo secular moderno.
La observación de Spengler de que "La teología cristiana es la abuela del bolchevismo" es una verdad obvia. Todas las formas del comunismo occidental están basadas en la tradición cristiana. Lo mismo se aplica al pensamiento igualitario liberal, que fue también formulado dentro de un entorno religioso cristiano.
KARL MARX, PRINCIPAL INTÉRPRETE
DEL "PROTESTANTE TOMÁS DE AQUINO"
La ideología marxista no es ni racionalmente explicable ni empíricamente verificable. Eso significa que el marxismo no está sujeto a revisión cuando sus profecías dejan de materializarse, o cuando sus doctrinas cardinales son refutadas; en vez de eso, al igual que el religionario cristiano, el ideólogo marxista está obligado a involucrarse en tediosas apologías para mantener un delgado barniz de respetabilidad ideológica. A pesar de afirmaciones de ser "científico", el marxismo requiere una rígida ortodoxia doctrinal que exige la excomunión de herejes que se desvían del credo establecido. El marxismo es, de hecho, un culto religioso neo-cristiano con sus propios profetas, salvadores, libros santos, días santos, y lugares santos, así como rituales sagrados y música devocional.
El marxismo comparte las mismas doctrinas básicas que el cristianismo, aunque con una vestimenta materialista. El Jardín de Edén encuentra su contraparte marxista en la organización social igualitaria que precede a la aparición de la civilización. La Caída desde el paraíso ocurre con la desobediencia de Adán y Eva; en la cosmovisión marxista, la Caída ocurre con la introducción de la división del trabajo. En el cristianismo, está el diablo; en el marxismo, el malvado es el capitalista. El materialismo histórico de Marx es simplemente el marco escatológico de la ortodoxia cristiana en forma secularizada. En el cristianismo, Dios trabaja a través de la Historia para redimir a los elegidos. Eso conduce a un enfrentamiento apocalíptico entre las fuerzas del bien y el mal, el reinado milenario de Cristo, y al reestablecimiento de las condiciones utópicas en la Tierra. La misma visión teleológica de la Historia es encontrada en la ideología marxista. Las contradicciones internas dentro del flujo de capital se resuelven a favor de la liberación de los proletarios de la explotación capitalista. La continua valorización y concentración de recursos financieros en las manos de los capitalistas, combinado con el empobrecimiento del proletariado, generan condiciones apocalípticas o "revolución". Eso conduce al derrocamiento de los capitalistas, la captura de los medios de producción, la dictadura del proletariado, y, finalmente, al establecimiento del paraíso comunista al final de la Historia.
La visión de Marx de la Historia está tan profundamente arraigada en el cristianismo que su filosofía sería más exactamente clasificada como una rama del protestantismo liberal. Eso situaría a Marx dentro de una tradición teológica cristiana que comienza con el judío Saúl de Tarso. Incluso el ateísmo de Marx no lo excluye de la tradición cristiana; la dialéctica en la filosofía de la Historia de Marx posee la misma función que la divinidad ternaria del cristianismo; ambos son agentes abstractos cuyo objetivo es llevar el plan de salvación de la Historia a su consumación final en un conflicto apocalíptico, llevando a toda la Humanidad de regreso a una imaginada Edad de Oro que una vez existió en el pasado remoto. Marx, tal como los cristianos primitivos y sus herederos Reformados, lleva la visión anticipatoria de la igualdad espiritual humana a su conclusión lógica final.
¿De dónde adquiere el marxismo su carácter como una versión secularizada del Evangelio cristiano? El método filosófico del materialismo dialéctico, la piedra angular sobre la cual el edificio entero del socialismo "científico" fue construído, se deriva del uso que hizo Hegel de la dialéctica en su obra La Fenomenología del Espíritu. Hegel, llamado "el Tomás de Aquino Protestante" debido a su sistematización y unificación de una amplia variedad de temas en filosofía y teología cristiana, primero concibió la dialéctica en sus escritos teológicos tempranos. De acuerdo a la evidencia filológica e histórica, Hegel, después de haber pasado años sumergiéndose en las Cartas de Pablo cuando era un seminarista Protestante, se apropió del término Aufhebung [Anulación] del comentario de Lutero a la Carta a los Romanos. Ésa era la traducción de Lutero del término mesiánico katargesis [= abolición, destrucción] que aparece en las epístolas de Pablo. Hegel hizo de ese término el eje fundamental de su dialéctica porque el uso de Lutero de la palabra Aufhebung tenía el doble sentido de supresión y conservación, tal como su equivalente katargesis en griego koiné.
De mayor significación es el uso de Hegel de la teología trinitaria Protestante para elucidar la estructura subyacente de la realidad objetiva. Para Hegel, el Absoluto es la totalidad completa de todo lo existente; si eso es considerado como una unidad, el Absoluto es Dios, o la auto-conciencia del universo. El mundo de los sentidos y la experiencia es necesariamente triádico porque, al igual que la Mente Absoluta, refleja la estructura trinitaria de la divinidad cristiana. Eso hace de todo lo que está en el universo conocido algo abierto a la explicación racional. El "misterio" no tiene lugar en la versión de Hegel de la teología Protestante porque la fe ha sido reemplazada por el conocimiento.
El sistema lógico de Hegel está dividido en tres partes, cada una correspondiente a las tres personas de la Trinidad: I. Lógica, II. Naturaleza, III. Espíritu. Éstas están cada una subdividida en tres categorías más, etcétera, reflejando la creencia de Hegel de que cualquier sistematización del conocimiento filosófico y teológico debe reflejar fielmente la subyacente estructura triádica de la realidad objetiva para conseguir algún grado de coherencia racional. Incluso el método dialéctico de Hegel, la piedra angular de su filosofía, es triádica en su estructura. La dialéctica tiene tres "momentos": (1) un momento de fijeza, (2) un momento dialéctico o negativamente racional, y (3) un momento especulativo o positivamente racional.
En la tríada dialéctica de Hegel, un concepto fijo (primer momento) se hace inestable debido a un carácter unilateral o restrictivo (segundo momento). En el proceso de negación (sublation o Aufhebung), el concepto del primer momento es superado y conservado, pero una inestabilidad inherente dentro del concepto conduce a la creación de su opuesto directo. En el tercer momento, una unidad racional más alta surge de la negación de la negación original. La visión teleológica de Hegel del proceso histórico se despliega según este proceso dialéctico de tres etapas de contradicción, negación (sublation) y unidad de los opuestos.
Este sistema no es de ningún modo estrictamente determinista; en la visión de Hegel de la Historia, el Dios trinitario es revelado como trascendente en la relación dinámica entre necesidad histórica y contingencia, la que subsiste como la unidad central en un plano racional más alto de existencia. Sin ese ingrediente crucial de la contingencia, el telos [fin, objetivo] de la Historia permanecería fuera del alcance de la Humanidad, frustrando el plan divino de un Dios trinitario que se revela por medio de la lógica de la dialéctica histórica. El telos Hegeliano es la auto-realización universal de la libertad mediante el desarrollo histórico de la conciencia de lo divino que tiene el Hombre, alcanzando su etapa más alta de realización en la eliminación de todos los "misterios" cristianos por medio del completo auto-conocimiento racional de Dios. Considerando el papel de la libertad en esta visión dialéctica de la Historia, el significado fundamental de la Reforma Protestante para Hegel es fácilmente entendido. La icónica enunciación de Lutero de la doctrina del sacerdocio universal, combinado con su rechazo de la autoridad eclesiástica medieval, significó que la libertad estaba en el umbral de conseguir la materialización plena dentro del proceso histórico como un fenómeno universal, llevándonos más adelante hacia el telos de la Historia en tiempos modernos.
Tal como la visión lineal de la Historia que presenta Agustín en La Ciudad de Dios, la visión de Hegel es también fundamentalmente cristiana, permeada por los elementos escatológicos y soteriológicos de la ortodoxia Protestante. El milagro central del cristianismo, la Encarnación o el Logos hecho carne, es reflejado posteriormente en el despliegue de la dialéctica histórica. La superación dialéctica de la particularidad y la universalidad, finita e infinita al final de la Historia, cuando el hombre consigue el auto-conocimiento racional de lo absoluto, es modelada en base a la Encarnación, o la superación dialéctica de la oposición entre Dios y hombre. La auto-manifestación de Dios en el proceso histórico hace del Hombre un co-agente en el plan divino de la redención post-histórica. Eso ocurre a pesar de la alienación y alejamiento del Hombre con respecto a Dios. La "infeliz conciencia", anhelando a Dios, finalmente se hace consciente de su co-agente individual en el plan de Dios de la salvación universal y consigue la liberación desde la desesperación. Ese llegar a comprender, que es realmente colectivo, inaugura el final de la Historia asegurando la salvación del hombre por el establecimiento del reino de Dios en la Tierra.
Para Marx la dialéctica hegeliana sufría de una contradicción interna. La lógica de la dialéctica presentaba la Historia humana como un proceso evolutivo, uno de constante movimiento y cambio, sin forma final y absoluta. Sin embargo, paradójicamente, las leyes de la dialéctica que estructuraban el desarrollo histórico dentro del sistema idealista de Hegel eran absolutas en un sistema que era en sí mismo final y absoluto. ¿Cómo debía ser resuelta esa contradicción? "Con [Hegel]", escribió Marx en Das Kapital, "[la dialéctica] está de cabeza. Debe ser invertida, a fin de descubrir el núcleo racional dentro de la cáscara mística". La inversión del idealismo especulativo de Hegel resuelve esa contradicción interna rehaciendo la lógica de la evolución como un proceso sin límites determinados.
La dialéctica materialista reemplaza el marco idealista teleológico y conceptual del sistema de Hegel con una forma evolutiva de desarrollo humano social y biológico. Nada es absoluto en el sistema de Marx, excepto la necesidad de una continua progresión dialéctica mediante la contradicción y la unidad de los opuestos. Si todo ser substancial es relativo y transitorio, por lo tanto las leyes de la dialéctica sólo le pueden ser aplicadas a él en una manera relativa. Si la evolución es un proceso continuo y sin límites determinados, ninguna resolución idealista de sus contradicciones materiales objetivas es posible sin convertirlas en fetiches como parte de algún sistema herméticamente cerrado y sellado. Así, la inversión hecha por Marx de la dialéctica la rescató del marco idealista cristiano absoluto de Hegel, dándole un fundamento completamente natural y antropológico dentro de un marco materialista evolutivo. Con una dialéctica materializada, Marx fue capaz de formular una metodología filosófica que podía analizar las relaciones económicas capitalistas desde una perspectiva científica.
La conceptualización escatológica de la Historia como lineal y a la vez teleológica es una "contribución" únicamente judeo-cristiana a la cultura occidental. Ella reemplazó a la más temprana visión griega de la Historia como un proceso cíclico. Hegel tradujo el marco escatológico de la teología Protestante luterana a un sistema filosófico bien organizado. Las leyes de la dialéctica eran simplemente contradicciones dentro de la narrativa cristiana de la redención. La teoría marxista del materialismo histórico asimiló ese marco escatológico cristiano, en una forma "desmitificada" y racional, precisamente porque su metodología filosófica incorporó la dialéctica de Hegel como la fuerza motriz del desarrollo histórico. Así, tenemos el comunismo primitivo en vez del Jardín de Edén, opresores capitalistas en vez del diablo, auto-alienación del hombre en vez de los efectos del pecado original, una sociedad sin clases en vez del reino de Dios, etcétera. En la secularizada teología Protestante de Marx, la evolución histórica se desarrolla mediante el conflicto de clases, lo que conduce a la emancipación del proletariado y al paraíso comunista. En Hegel, el hombre consigue el auto-conocimiento racional de Dios, mientras que para Marx, el hombre consigue el auto-conocimiento racional de sí mismo al final de la Historia, que es realmente el comienzo de la "verdadera" Historia del hombre según el plan marxista de la salvación.
La filosofía de Marx, cuando se la despoja de todos los elementos socio-económicos, es la dimensión trinitaria y cristológica del racionalismo Protestante especulativo de Hegel en forma materialista. El marco escatológico y soteriológico del cristianismo ortodoxo permanece intacto, aunque secularizado e invertido. Como todo buen Protestante, Marx reconoció la influencia de la Reforma sobre sus propias ideas, remontando su genealogía revolucionaria, pasando por Hegel, hasta el monje renegado Lutero. La diseminación global del marxismo ha revelado a Karl Marx como uno de los teólogos cristianos más influyentes después de Pablo. Este neo-cristianismo es potencialmente aún más destructivo que el cristianismo patrístico que infectó y casi exterminó a la civilización occidental de la Antigüedad. El marxismo económico ha matado a aproximadamente 100 millones de personas en el siglo XX; si la tendencia continúa, el marxismo cultural conducirá a la extinción civilizacional y cultural de Occidente.
¿LA FUERZA MÁS DESTRUCTIVA EN LA HISTORIA EUROPEA?
¿LA RELIGIÓN MÁS PELIGROSA DEL MUNDO?
Entre las grandes religiones, sólo el cristianismo contiene dentro de su armazón una capacidad ilimitada para la autodestrucción. El nihilismo está en el núcleo del Evangelio cristiano; en su forma pura, dicha religión exige la renuncia total a todo apego mundano para mayor gloria del reino de Dios. El cristianismo es la negación de la vida porque pone objetivos que, cuando se alcanzan, conducen a la aniquilación del individuo. En lo que se refiere a la supervivencia occidental, eso sólo puede significar una cosa: colapso civilizacional y suicidio étnico. Eso es exactamente lo que sucedió durante la Época Oscura, cuando los cristianos estaban en el apogeo de su poder e influencia en Europa. Esa decadencia fue revertida por valerosos intelectuales que habían descubierto de nuevo las glorias de las civilizaciones antiguas, usando ese logro pasado como la base para nuevos logros y descubrimientos.
El cristianismo es una religión peligrosa; maximiza la supervivencia y reproducción de los genéticamente incapaces a costa de los miembros más productivos de la sociedad, y promueve la invasión masiva de Occidente por extranjeros de baja calidad genética, sobre todo del Tercer Mundo. Bajando el CI colectivo, el cristianismo ha acelerado la decadencia civilizacional occidental. El neo-cristianismo, en la forma de liberalismo y marxismo cultural, ha heredado la alta estimación ortodoxa cristiana por la Lebensunwerten Leben (la vida indigna de la vida). Los cristianos y los neo-cristianos han proporcionado incluso los medios económicos y políticos necesarios, es decir, estatismo de bienestar y derechos humanos, para asegurar que los genéticamente incapaces críen grandes números de descendientes en cada generación que pasa. Eso ha creado una "idiocracia", una que amenaza la sostenibilidad de todas las instituciones occidentales. Con cada año que pasa, una carga fiscal enorme es impuesta al Estado para el apoyo y el mantenimiento diario de esa creciente clase de dependientes.
La creencia cristiana en la santidad o el valor intrínseco de toda vida humana significa que dicha religión es mejor considerada como una fuerza intrínsecamente anti-eugenésica. Ese odio cristiano contra el mejoramiento de la raza se ha manifestado durante toda la historia europea. El monacato y el sacerdocio cristiano, que sacó a los hombres más dotados de Europa de la reserva genética, ayudó a prolongar la Época Oscura en cientos de años. La oposición cristiana a la eugenesia puede ser también impulsada por un reconocimiento de que la creencia religiosa está correlacionada con la inferioridad genética. La correlación negativa entre inteligencia y religiosidad ha sido conocida desde mediados de los años '20. Las conclusiones recientes incluyen un estudio de 2009 que revela que los ateos tienen en promedio 6 puntos más en su CI que los creyentes religiosos. Eso más que excede el umbral para una significación estadística. El estudio además exploró la relación entre CI nacional e incredulidad en Dios, encontrando una correlación de 0,60. Esa correlación negativa, replicada a través de múltiples estudios, es la razón principal de por qué el cristianismo ha experimentado un crecimiento tan explosivo en las regiones subdesarrolladas de África y América Latina. En este contexto, la oposición cristiana a la eugenesia es una maniobra defensiva. Una población más desarrollada biológicamente abandonaría el cristianismo por un sistema de creencias más racional. Eso dejaría en bancarrota a la religión cristiana al vaciar los cofres de la Iglesia y al obligar a su clero a encontrar una fuente alternativa de empleo.
El cristianismo es una amenaza para la paz y la seguridad global. Eso hace de él la religión más peligrosa del mundo. La Iglesia Católica, la denominación cristiana más grande en el mundo con casi 1.300 millones de miembros, está opuesta al aborto y a todas las otras formas de anticoncepción. Los Protestantes están también contra el aborto, aunque muchos apoyan la anti-concepción voluntaria. Los neo-cristianos, entre los que se incluyen los liberales modernos y los marxistas culturales, aunque no están opuestos a la libre disponibilidad del aborto y a la anti-concepción en Occidente, están opuestos a la estabilización y reducción demográfica en países del Tercer Mundo.
Aunque la investigación moderna haya demostrado la existencia de una significativa correlación positiva entre ayuda externa y fertilidad, las organizaciones cristianas siguen enviando activamente ayuda a países del Tercer Mundo. El continuo flujo de dinero desde el Norte global al Sur global ha conducido a un explosivo crecimiento demográfico en las regiones en vías de desarrollo del mundo. Ese problema es más agudo en África, donde la situación demográfica ha sido considerablemente exacerbada por la ayuda externa de los gobiernos liberales e instituciones benéficas cristianas de los países desarrollados. La población aumenta gracias a una corriente continua de donaciones caritativas, que coloca un gran esfuerzo en recursos disponibles cuando la capacidad de sustentabilidad local de la tierra es excedida. La competencia por recursos escasos se intensifica, trayendo como consecuencia violentos conflictos; las hambrunas en gran escala ocurren con creciente frecuencia y severidad. La desestabilización de regiones enteras conduce a incrementar el número de africanos que desesperadamente tratan de escapar de condiciones que empeoran en sus propios países, acelerando la destrucción de la civilización occidental mediante la bomba de tiempo demográfica de la migración del Tercer Mundo. Después de que el Occidente haya sido completamente destruído por violentas hordas de inmigrantes, las poblaciones que una vez sobrevivieron gracias a la caridad cristiana y ayuda externa volverán a condiciones de nivel de subsistencia después de la catástrofe Maltusiana. Eso tiene como resultado la generalizada despoblación de África al Sur del desierto del Sahara.
Tal como el cristianismo patrístico que una vez amenazó al mundo de la Antigüedad clásica, el "neo-cristianismo" del liberalismo de asistencia social y del marxismo cultural amenaza con causar la destrucción completa de la civilización occidental moderna. Doctrinas políticas como igualdad y derechos humanos, forjadas dentro de un contexto teológico cristiano, son usadas ahora como instrumentos para el desposeimiento de los europeos en sus propias patrias. El neo-cristianismo no sólo es representado por la ideología liberal e izquierdista, sino que es también un elemento intrínseco de la enseñanza cristiana moderna que ha descubierto de nuevo sus raíces cristianas primitivas. Todas las Iglesias cristianas, tanto la Protestante como la Católica, apoyan el igualitarismo racial; ellas promueven activamente el etnocidio de Occidente por medio de la inmigración masiva e indiscriminada desde el Tercer Mundo. Este neo-cristianismo resurgente gana fuerza con cada década que pasa. Sólo el tiempo dirá si la re-creación neo-cristiana del reino de Dios en la Tierra es exitosa, pero el pronóstico actual para la civilización occidental sigue siendo sombrío.
La religión estatal multiculturalista fue puesta en práctica durante la revolución cultural de los años '60. Revertir eso por supuesto no es posible en esta actual atmósfera de corrección política aprobada por el Estado. Si los regímenes liberales e izquierdistas de Occidente mantienen su control sobre el poder, las condiciones distópicas que ellos han diseñado socialmente seguirán sin interrupción en el futuro previsible. La naturaleza totalitaria de la ideología multicultural es reforzada adicionalmente por el sistemático lavado de cerebro de las poblaciones occidentales y por el control por parte de la élite judía de la política, los medios de comunicación, todas las principales instituciones financieras y el mundo académico.
La civilización europea está en peligro de ser permanentemente eclipsada por el espectro de la influencia neo-cristiana, que cuelga sobre el continente como la espada de Damocles. Siempre tendremos la Biblia y la Iglesia, pero el progreso científico y tecnológico occidental no estará con nosotros para siempre. Es obvio que el cristianismo no ofrece nada sino interminable miseria y sufrimiento para el hombre occidental. A menos que los vestigios restantes del cristianismo en Europa sean extinguidos sin que quede rastro, la civilización europea se encontrará sumergida en una edad oscura más duradera y calamitosa que la que sumergió a Europa después de la cristianización del Occidente de habla latina en el siglo IV.
Por primera vez en la Historia, el hombre occidental debe elegir entre el cristianismo o la supervivencia de su propia civilización. Sólo podemos esperar que él elija sabiamente a medida que la "hora de la decisión" se aproxima rápidamente.
La Apologética Cristiana de Kevin MacDonald
Las descripciones socio-biológicas del patológico altruísmo occidental están basadas en inferencias no apoyadas por la evidencia empírica disponible. Por ejemplo, si el individualismo de las sociedades europeas es el resultado de la adaptación evolutiva bajo condiciones ecológicamente adversas, una tendencia similar debería ser encontrada entre otros grupos etno-raciales que evolucionaron en el mismo medioambiente. Sin embargo, los europeos del Este y los asiáticos del Noreste evolucionaron en la misma región euroasiática del Norte y circumpolar, pero siguen siendo fuertemente etnocéntricos y colectivistas.
Aquellos que argumentan a favor de una base genética europea para el altruísmo patológico afrontan otro problema serio: durante miles de años de Historia registrada, no hay un solo caso de comportamiento colectivamente suicida entre europeos hasta la cristianización de Roma en el siglo IV. Por qué eso es así requiere la siguiente explicación.
Las antiguas normas éticas divergían considerablemente de las modernas. La compasión era condenada como un vicio; la clemencia era despreciada como un defecto del carácter. La misericordia era vista como la antítesis de la justicia porque nadie merecía la ayuda que no había sido ganada. Típicamente se esperaba que el hombre racional fuera insensible hacia los sufrimientos de los menos afortunados. Su formación filosófica en las academias le había mostrado que la compasión era un comportamiento irracional e impulsivo cuyo antídoto apropiado era el dominio de sí mismo y la estoica calma ante la adversidad. En el mundo romano, la clementia estaba reservada exclusivamente para el vencido en batalla o el demandado culpable en un proceso judicial. Los débiles y económicamente desfavorecidos estaban bajo desprecio.
La vida en el mundo antiguo era muy brutal de acuerdo a los estándares occidentales modernos. Los castigos impartidos a los criminales —ceguera, quema con carbones, marcas con hierros calientes y mutilación— eran sumamente crueles e inusuales. El entretenimiento público se destacaba por su brutalidad. Arañazos, mordeduras, extracción de ojos y golpes en los genitales de un oponente eran aceptados como maniobras tácticas legítimas para boxeadores y luchadores por igual. En la naumaquia, ejércitos de presidiarios y prisioneros de guerra eran obligados a luchar unos contra otros hasta la muerte en buques navales en lagos artificiales. El combate gladiatorio permaneció enormemente popular durante siglos, hasta que el monje Telémaco trató de separar a dos gladiadores durante una lucha en el coliseo romano. Él fue prontamente muerto a pedradas por la muchedumbre por sus esfuerzos. La esclavitud no era considerada como un tema en el mundo antiguo. Aristóteles racionalizó esa institución dividiendo a los hombres en dos clases: aquellos de naturaleza libre, y por lo tanto capaces de asumir las responsabilidades de la ciudadanía, y aquellos que eran esclavos por naturaleza. Un esclavo era definido como una propiedad personal que carecía de la capacidad de razonar. Eso significaba que él podía ser sexualmente explotado, azotado, torturado y muerto por su amo sin temor a una represalia legal.
El racismo, o más exactamente el "proto-racismo", era más extendido y más aceptado en el mundo antiguo que en nuestras modernas "democracias" occidentales políticamente correctas. Como lo revela el examen en profundidad de fuentes literarias clásicas, los griegos eran típicamente etnocéntricos y xenófobos. Ellos eran dados a frecuentes generalizaciones, a menudo negativas, sobre etnicidades rivales. Los griegos de manera casual y abiertamente discriminaban contra extranjeros en base a prejuicios proto-raciales profundamente arraigados. El intermatrimonio etno-racial, incluso entre grupos étnicos y tribales griegos estrechamente relacionados, era universalmente despreciado. Era considerado incluso como una causa primordial de la degeneración física y mental. La ausencia de términos como "racismo", "discriminación" y "prejuicio" en el mundo antiguo revela que las actitudes proto-racistas no eran generalmente condenadas ni vistas como patológicas.
La superioridad intelectual y biológica griega fue determinada por su posición geográfica intermedia entre perezosos y estúpidos europeos del Norte y afeminados asiáticos amantes del placer. Los griegos fueron los mejores de los hombres porque ellos habían sido expuestos al clima correcto y ocuparon el suelo correcto. Los griegos miraban hacia abajo a los extranjeros, peyorativamente referiéndose a ellos como "bárbaros". Esa palabra era una onomatopeya derivada de burlas helénicas del ininteligible lenguaje extranjero. Los bárbaros eran vistos como los inferiores naturales de los pueblos civilizados de la cuenca del Mediterráneo. El prejuicio no sólo estaba dirigido a los extranjeros. Una significativa rivalidad inter-étnica existía también entre los mismos griegos, como lo demuestra la historia de las Guerras Peloponésicas. Los patriotas griegos despreciaban a sus conquistadores romanos, incluso refiriéndose a ellos desdeñosamente como bárbaros. Después de la conquista de Macedonia, los romanos adoptaron los prejuicios de sus súbditos griegos como propios.
¿Cómo explican eso las descripciones socio-biológicas contemporáneas del patológico altruísmo occidental?
Se ha alegado que el altruísmo patológico ha sido siempre un defecto profundamente arraigado del carácter europeo. El comunismo pitagórico del siglo V a.C. es frecuentemente mencionado como evidencia corroboradora, pero esas prácticas estaban reservadas para la élite intelectual. Más o menos lo mismo podría ser dicho del cosmopolitismo estoico, que no tiene ninguna semejanza con el desarraigado cosmopolitismo del Occidente moderno. En la variante griega, el intelectual gana la ciudadanía del mundo viviendo de acuerdo con la ley cósmica de la razón universal; en la variante romana, la cosmópolis es identificada con la patria romana.
El Imperio helenístico de Alejandro Magno creen algunos que fue establecido sobre un fundamento moralmente universalista. Esas acusaciones tienen su base en las amplificaciones retóricas y los adornos literarios de los cronistas que escribieron mucho después de las proezas de Alejandro. La expansión de la esfera griega de influencia en Asia fue idealizada por algunos como que implicaba un nuevo orden mundial basado en una imaginada hermandad del Hombre. Eso es contradicho por el registro histórico. En realidad, Alejandro y sus generales promovieron una política de segregación residencial de acuerdo a criterios etno-raciales en los territorios conquistados, con los colonos griegos en un lado y los nativos en el otro. En la visión griega, los egipcios helenizados, los israelitas, los sirios y los babilónicos eran extranjeros raciales que habían asimilado con éxito la cultura griega; claramente entonces, la helenización cultural y lingüística no era bastante para hacer de alguien un "griego".
El linaje ancestral era un importante componente de la identidad griega antigua. Heródoto observó que los griegos se veían a sí mismos como una comunidad "de una sangre y de una lengua". La extensión que hizo el Emperador Caracalla de la franquicia a romanos de provincia en 212 d.C. no fue un acto de universalismo en sí sino que ocurrió después de siglos de romanización. Fue hecha para objetivos de impuestos y reclutamiento militar. Esa legislación imperial, conocida como la Constitución Antonina, no abolió la distinción étnica entre los ciudadanos romanos.
La convencional explicación socio-biológica del profesor MacDonald y otros es contradicha por la omnipresente brutalidad y el colectivismo etno-racial de las sociedades antiguas. Considerando el papel del cristianismo como un agente de la decadencia occidental, ninguna explicación será totalmente adecuada hasta que esto sea finalmente reconocido y tenido en cuenta. MacDonald en un breve ensayo (Christianity and the Ethnic Suicide of the West) ignora, para su propio perjucio, ese importante obstáculo, sosteniendo que desde una perspectiva histórica occidental, el cristianismo fue una influencia relativamente benigna. A pesar de la eminencia de MacDonald como una autoridad en los movimientos intelectuales y políticos judíos del siglo XX, su defensa del cristianismo revela una comprensión superficial de la Historia, la teoría política contemporánea y la teología cristiana.
MacDonald blanquea al cristianismo en todas partes, negando que dicha religión haya sido alguna vez "una causa primordial de la decadencia occidental". Él observa que el cristianismo fue la religión de Occidente durante la época de exploración y colonización europea, pero ni una vez él menciona que el cristianismo era una fuerza gastada a finales de la Edad Media, que había experimentado una decadencia seria e irreversible en poder e influencia. MacDonald no menciona que después del año 1400 la cristiandad ya no estaba unificada porque la legitimidad de la autoridad eclesiástica medieval había sido destruída, primero, por el redescubrimiento de la ciencia y la filosofía clásicas, que sacudieron la cosmovisión cristiana hasta sus mismos fundamentos, y segundo, por la Reforma Protestante, que redujo al Papa al status de una mera figura decorativa.
Aquello puso el escenario para la diseminación a gran escala del ateísmo y el agnosticismo en el siglo XX. La invención de la imprenta por Gútemberg, combinada con la difusión de la alfabetización de masas, prácticamente aseguró que la Iglesia cristiana nunca controlaría otra vez la vida intelectual europea. Si la Iglesia de la Edad Media tardía hubiera retenido la misma autoridad eclesiástica y política que tenía bajo el Papa Inocencio III (1198-1216), la colonización y exploración europea del globo habría sido prácticamente inconcebible. Por esos motivos, es más históricamente exacto situar la expansión territorial europea dentro del contexto de valores epistemológicos paganos resurgentes, es decir, la racionalidad empírica, la curiosidad intelectual y la búsqueda del progreso científico por su propio bien, durante el Renacimiento y la Revolución Científica.
Se ha argumentado que la decadencia de Occidente ocurrió simultáneamente con la decadencia del cristianismo como una fe establecida, pero eso es incorrecto. El Renacimiento y la Revolución Científica, así como la exploración y colonización que ocurrió junto con ello, sólo fueron posibles debido al colapso de la autoridad eclesiástica en el período medieval tardío. Eso erosionó el control cristiano sobre la difusión del conocimiento, sustituyendo la credulidad por los valores epistemológicos paganos de la Antigüedad clásica. La reciente decadencia del Occidente moderno que comenzó en los años '60 ha ocurrido en simultaneidad con la creciente influencia de una ética neo-cristiana en la esfera pública, del mismo modo que la decadencia del mundo antiguo co-ocurrió con el triunfo del cristianismo sobre las fuerzas del paganismo.
MacDonald observa que los cristianos no siempre han sido en la práctica universalistas morales consecuentes, pero ésa es una conclusión ilógica. Los marxistas no siempre han sido sistemáticamente anti-racistas o multiculturalistas, considerando el rabioso anti-judaísmo de Stalin, la agresiva política de rusificación nacional, y la deportación de poblaciones étnicas enteras a Siberia, pero eso no cambia el hecho de que el anti-racismo y el multiculturalismo son rasgos característicos de la ortodoxia marxista. ¿Desde cuándo las prácticas inconsecuentes de unos pocos individuos alguna vez han mitigado o excusado la naturaleza destructiva de una ideología que está completamente en desacuerdo con la realidad biológica de la naturaleza humana? Del mismo modo, la ilógica conclusión de MacDonald no afecta a la importancia central de la igualdad espiritual en el sistema de creencias cristiano. Históricamente, los cristianos estuvieron divididos en cuanto a si la igualdad espiritual entrañaba ciertas implicaciones en el mundo real o si era de significación puramente escatológica.
Esa argumentación irremediablemente confusa gira alrededor de una nebulosa definición del cristianismo "tradicional", un término a veces aludido o directamente mencionado en todas partes. Si el cristianismo tradicional es supuestamente bueno para los europeos, ¿cómo puede ser universalista y etnocéntrico al mismo tiempo, como en el caso de los estadounidenses abolicionistas y dueños de esclavos?; ¿o es acaso el cristianismo tradicional cualquier forma de cristianismo que MacDonald encuentra aceptable? Si éste es el caso, ¿cuál es el punto que él trata de justificar aquí? MacDonald menciona que los escritores patrísticos frecuentemente criticaban a la Judería por estar obsesionada con la ascendencia biológica. Eso los ponía en desacuerdo con la ideología multicultural y multi-étnica de la religión cristiana. ¿Pero cómo pueden los escritores patrísticos, quienes sistemáticamente formularon la ortodoxia dogmática oficial de la Iglesia, no ser representativos del cristianismo "tradicional"? Paradójicamente, MacDonald reconoce el origen antiguo de las propensiones de la Iglesia a mezclar las razas. Si él cree que los escritores patrísticos fueron corrompidos por principios igualitarios en una fecha muy temprana, él debería al menos proporcionar las pruebas de la subversión teológica.
Según MacDonald, la Izquierda secular, que inició la revolución cultural de los años '60, no es cristiana en su inspiración. Esa declaración está notoriamente equivocada, y revela una profunda ignorancia de las filosofías del liberalismo y el marxismo, sobre todo en términos de su desarrollo histórico. Esos sistemas de creencias se originaron en un contexto teológico cristiano. Las ideas principales del liberalismo —derechos humanos e igualdad— tienen su génesis en la cuidadodsa exégesis bíblica de los teóricos políticos cristianos de los siglos XVII y XVIII. El marxismo está profundamente arraigado en el suelo fértil de la tradición cristiana, especialmente en el racionalismo Protestante especulativo de Hegel. Y también saca una inspiración adicional de los principios teológicos Reformados de Lutero y de las prácticas socio-económicas comunistas de la Iglesia cristiana primitiva.
La hostilidad entre la Izquierda secular y el cristianismo "tradicional" es enfatizada por él para demostrar posteriormente los orígenes no-cristianos del patológico altruísmo occidental. Sin embargo, su observación es completamente irrelevante, ya que tanto el cristianismo tradicional como el secular son esencialmente denominaciones rivales dentro de la misma tradición religiosa cristiana. La mutua hostilidad que existe entre los dos es algo que debe ser esperado. Además, es temerario sostener que el cristianismo tradicional o de la línea principal ha sido corrompido por la Izquierda secular; considerando los orígenes del liberalismo y del marxismo en la teología cristiana y la exégesis bíblica, es más exacto decir que el cristianismo tradicional ha permitido ser corrompido por sus propios paradigmas morales después de llevarlos a su conclusión lógica. La base teológica cristiana del igualitarismo social y biológico es simplemente el redescubrimiento y aplicación de las enseñanzas éticas originales de Jesús y la Iglesia primitiva.
MacDonald dice que "el zeitgeist contemporáneo de la Izquierda fundamentalmente no es cristiano". Él deja de comprender que las ideas liberales e izquierdistas detrás de la inmigración desde el Tercer Mundo y del multiculturalismo aprobado por el Estado tienen profundas raíces en la tradición cristiana. Hay un común malentendido, sin duda propagado por apologistas cristianos, de que hay que abrazar las afirmaciones sobrenaturales del dogma religioso cristiano para ser considerado un cristiano. Esa opinión no es apoyada por la erudición contemporánea. Por ejemplo, los Unitarios rechazan la ortodoxia cristiana tradicional, pero permanecen tranquilamente dentro del rebaño cristiano. El neo-cristianismo, como el Unitarismo, es una religión completamente desmitologizada, correctamente definida como la aplicación de mandatos éticos derivados del Nuevo Testamento al manejo de las relaciones sociales y económicas contemporáneas. Según esta definición, liberales y marxistas no son menos cristianos que los típicos evangélicos que caen en éxtasis en sus reuniones.
Si el cristianismo es en último término responsable de la destrucción de la civilización occidental, pregunta MacDonald, ¿por qué los cristianos del Medio Oriente no están destruyendo sus propias sociedades impulsando agresivamente la misma agenda universalista y etno-masoquista? En este caso, la comparación es históricamente defectuosa. La conquista islámica medieval del África del Norte bizantina y el Oriente Próximo prácticamente garantizó que el cristianismo del Medio Oriente siguiera una trayectoria socio-histórica que se diferenciaría considerablemente de la seguida por el cristianismo latino. Hasta muy recientemente, los cristianos del Medio Oriente habitaban un mundo medieval no diferente de aquel en el que los europeos habían vivido durante siglos antes del alba del Renacimiento. Los cristianos del Medio Oriente nunca experimentaron ninguna Reforma que les permitiera sacudirse la tiranía de la autoridad eclesiástica y luchar con las implicaciones de la igualdad espiritual en el mundo real.
Además, ninguna de las condiciones para una Reforma existió alguna vez en lo que quedó de la cristiandad del Medio Oriente. No hubo ningún movimiento humanista, lo que significó que no hubo ningún aumento dramático del alfabetismo o disponibilidad de material impreso. No hubo ningún redescubrimiento de los escritores patrísticos o de los manuscritos bíblicos antiguos en las lenguas originales. El acceso al material fuente original habría hecho más fácil para los disidentes religiosos desafiar a la autoridad eclesiástica y refutar el dogma cristiano medieval establecido hacía mucho tiempo. De hecho, los cristianos del Medio Oriente eran dhimmis, una minoría religiosa perseguida que pagaba el impuesto de la jizya en un mundo musulmán más grande hostil a su misma supervivencia. Dada la precariedad de su situación legal en el Imperio otomano, ellos no tenían tiempo para los puntos más finos de la exégesis bíblica o del análisis teológico.
MacDonald declara, erróneamente, que en el judaísmo no hay ninguna "tradición de una ética universalista o de empatía con no-judíos que sufren". Él obviamente no está familiarizado con las enseñanzas del Antiguo Testamento: "Como a un natural de vosotros consideraréis al extranjero que resida entre vosotros. Lo amaréis como a vosotros mismos, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo, Yahvé, vuestro dios" (Levítico 19:34). El cristianismo es simplemente la universalización radical de la preocupación ética hebrea por la grave situación de extranjeros desdichados que vivían entre ellos; como tal, está firmemente incrustado dentro del suelo del judaísmo palestino del siglo I. Aunque el cristianismo haya absorbido ideas filosóficas griegas debido a su amplia diseminación por Europa, obviamente no es una invención europea.
En este punto, MacDonald pregunta: Si el "universalismo o idealismo moral" que está destruyendo a Suecia es debido al cristianismo, ¿cómo explica uno que "la gente pueda perder cada aspecto de la ideología cristiana excepto la ética"? Para contestar esta pregunta, investiguemos la génesis histórica de la religión cristiana y la identidad de sus seguidores más tempranos.
El cristianismo se originó en el anhelo de la Judería palestina por justicia social mientras tenían que soportar con paciencia la tiranía de gobernantes extranjeros. En esas duras condiciones, las creencias judías en un Mesías adquirieron un sentido de urgencia sin precedentes, asumiendo finalmente alusiones militantes y apocalípticas. Ese sentido de urgencia alcanzó un crescendo en la Palestina del siglo I; autoproclamados mesías reunieron bandas armadas de seguidores dispuestos y listos a establecer al hijo de David en el trono de César, por la fuerza si era necesario. Ése es el ambiente en el cual se originó el mito de Jesús, tejido a partir de diferentes hilos de la tradición judía en una atmósfera de anhelo profundamente arraigado por el advenimiento próximo de un Mesías. Ese advenimiento simbolizaba el final de la tiranía romana y el establecimiento del reino de Dios en la Tierra.
Los primeros seguidores del cristianismo fueron sacados de entre los desechos del Imperio. ¿Por qué? Porque el cristianismo fue el primer movimiento de masas en la Historia que dio expresión concreta al ansia interior de la gente por liberarse de la opresión y el hambre. ¿Qué hombre no ha procurado escapar de la opresión de sus amos o de la pobreza de sus alrededores? Con el ascenso del cristianismo, como con la aparición de la creencia mesiánica judía, los incipientes anhelos de la muchedumbre de liberación de la opresión fueron sustituídos por una visión de un nuevo orden social que inauguraría una edad de justicia y libertad universal. Esa nueva visión conduciría al establecimiento de un sistema económico comunista mundial que solucionaría para siempre la pobreza y el hambre a nivel mundial. En el Nuevo Testamento fue encontrada una fórmula para una sociedad ideal que inspiraría a generaciones de reformadores sociales y revolucionarios izquierdistas. Durante siglos, ése fue el único documento ampliamente accesible que exigía justicia social para el pobre y el oprimido, y el único documento que proponía una solución práctica al problema de la desigualdad social: el establecimiento de una sociedad socialmente igualitaria o comunista en la Tierra. La religión del cristianismo se conectó con ese antiguo anhelo psicológico profundamente arraigado de las masas y, por primera vez en la Historia, le dio una voz coherente. Eso aseguró la supervivencia del cristianismo ético mucho después de la decadencia de la ortodoxia eclesiástica a finales de la Edad Media, permitiéndole prosperar, prácticamente sin oposición, en el entorno aparentemente secular de las modernas "democracias" occidentales del siglo XXI.
Como un mecanismo de control, el cristianismo ético fue notablemente flexible. Pudo ser usado para justificar cualquier organización social, sin importar cuán injusta o brutal fuese. Su promesa poco realista tuvo un efecto notablemente pacificador sobre los siervos analfabetos, de los que se esperaba que trabajaran duro en el feudo del señor por su pan diario. Los terratenientes feudales animaron la instrucción religiosa cristiana porque eso producía una clase campesina fácilmente controlada y manipulada. A los vasallos se les martillaba en sus cabezas desde el momento del nacimiento que los siervos deben obedecer a sus amos. La Iglesia les prometió la vida eterna en el paraíso si ellos observaban fielmente esa exigencia hasta la muerte.
La gran rareza de la rebelión campesina contra la servidumbre revela el astuto pragmatismo de aquellos que usaron la religión como un medio para salvaguardar el orden público. El castigo por el pecado original y el dualismo Paulino entre cuerpo y espíritu, entre otras cosas, proporcionaron a los gobernantes europeos una adicional y conveniente racionalización para la institución de la servidumbre. En las manos correctas, las declaraciones éticas del Nuevo Testamento podían ser usadas como un agente de cambio revolucionario, capaz de agitar la rebelión de las masas y potencialmente desencadenar fuerzas que podrían desgarrar el "enorme tejido de la subordinación feudal". Eso fue demostrado por la Rebelión de los Campesinos de 1381, encendida por los fanáticos sermones inspirados por los comunistas del sacerdote renegado John Ball.
El concepto de derechos humanos —prescripciones éticas cristianas en forma secularizada— ilustra de manera concreta por qué la moralidad del Nuevo Testamento logró sobrevivir mucho después de la decadencia de la ortodoxia dogmática cristiana. Los derechos dominan el campo del discurso político porque ellos son considerados por ideólogos igualitarios como el mecanismo más eficaz disponible para asegurar (a) el tratamiento igual de todas las personas, y (b) el acceso igual a los bienes básicos considerados necesarios para la máxima prosperidad humana.
Esa factibilidad y efectividad deben ser atribuídas a la capacidad de los derechos de materializar el secreto anhelo de la gente común, que es mejorar, tanto como sea posible, los fatales efectos de la opresión y la necesidad. Se consigue eso demoliendo las tradicionales distinciones sociales y políticas una vez mantenidas entre la aristocracia y la clase campesina, colocando a todos los individuos en un campo de juegos parejo. El concepto de derechos ha permitido que las masas casi materialicen sus antiguas aspiraciones utópicas dentro de un contexto liberal igualitario o socialista. La gran flexibilidad del concepto significa que puede ser interpretado para justificar casi cualquier derecho. Incluso aquellos que abiertamente rechazaron la noción de derechos, como el filósofo utilitarista Jeremy Bentham, fueron incapaces de idear un mecanismo más satisfactorio que asegurara el tratamiento igual de todos.
La tradición marxista, que surge de circunstancias históricas diferentes, nunca desacopló totalmente la enseñanza ética cristiana de la ortodoxia tradicional; en cambio, el método filosófico marxista necesitaba un marco escatológico y soteriológico judeo-cristiano "invertido", en gran parte porque el materialismo dialéctico es principalmente una inversión del racionalismo Protestante especulativo de Hegel.
En el cristianismo hegeliano, el conocimiento es substituído por la fe. Eso eliminó los "misterios" de la ortodoxia cristiana haciendo del auto-conocimiento racional de Dios una posibilidad para todos los creyentes. La Trinidad como la mente absoluta, y por lo tanto como la Razón encarnada, significa que Jesús de Nazaret fue un profesor de moralidad racional, aunque su sistema ético hubiera sido corrompido por expositores patrísticos y medievales. Si "lo racional es real y lo real es racional", como dijo Hegel, la Historia no es sólo la encarnación progresiva de Dios, sino que Dios es el proceso histórico mismo. La estructura triádica del mundo natural, incluyendo la auto-conciencia humana, demuestra que la estructura de la realidad objetiva es determinada por la divinidad trina del cristianismo.
La interpretación que Hegel hizo del cristianismo dio a Marx la materia prima que él necesitaba para extraer el "núcleo racional" de la observación científica desde "dentro de la cáscara mística" del racionalismo especulativo Hegeliano. Eso liberó al análisis dialéctico de la mistificación idealista de Hegel, permitiendo a Marx hacer lo que Hegel debería haber hecho, antes de sucumbir a la reflexión teológica cristiana: construír una ciencia normativa, una Realwissenschaft, analizando el desarrollo socio-económico dentro del capitalismo que desataría las fuerzas de la revolución proletaria mundial.
La secularización del cristianismo conservó el componente ético de la religión, desechando todos los elementos sobrenaturales. Eso nos dio el liberalismo moderno. En contraste, Marx puso el sistema teológico Protestante de Hegel de arriba abajo, un proceso de extracción que resultó en la desmitificación del cristianismo hegeliano. En la filosofía marxista, la inversión de la dialéctica remueve la herramienta analítica —el "núcleo racional"— desde dentro de su "cáscara" idealista cristiana. Eso es aplicado entonces al análisis de fenómenos del mundo real dentro de un marco completamente materialista, como las contradicciones internas de la acumulación de capital en la teoría marxista de la crisis.
MacDonald aboga por una base genética para el universalismo moral en las poblaciones europeas, un argumento difícil de plantear dada la evidencia histórica que indica una ausencia total de altruísmo patológico en el mundo antiguo antes de la cristianización del Imperio romano. Él menciona el sistemático lavado de cerebro de los europeos y el importante papel de la influencia política, académica y financiera judía en el etnocidio de Occidente, pero de nuevo olvida mencionar que todas esas fuerzas culturales racionalizan el desposeimiento de los europeos usando ideas políticas como derechos humanos universales e igualdad, los dos pilares fundamentales del cristianismo secularizado.
El intento del profesor MacDonald de exculpar al cristianismo de ser "una causa primordial de la decadencia occidental" es fácilmente refutado. En el análisis final, el cristianismo, al menos en su forma organizada, es el mayor enemigo de la civilización occidental que haya existido alguna vez.
¿Una Europa Sin Cristianismo?
El mundo de la Antigüedad clásica brilló como una lámpara en la oscuridad, lleno de un vigor juvenil que aseguró que sus instituciones e ideas duraran mucho después de que Grecia y Roma dejaron de existir como entidades políticas viables. La ciencia y la razón fueron entonces apagadas por la oscuridad que siguió como consecuencia del cristianismo. Las bibliotecas fueron destruídas; los tesoros artísticos fueron hechos pedazos; la construcción con materiales no perecederos casi desapareció de la memoria; la higiene personal desapareció; la ignorancia fue considerada una virtud; sobrevino el caos. Ése fue el triunfo del cristianismo, una sífilis de la mente que casi borró la civilización occidental. Aunque el poder y la influencia de los cristianos fueron destrozados hace mucho por el redescubrimiento de la ciencia y la razón, un resurgente cristianismo domina ahora el Occidente en la forma de igualitarismo liberal y marxismo cultural. Esas filosofías sirven como la base ideológica de la interminable inmigración de masas desde el Tercer Mundo y de otras políticas multiculturalistas. Este neo-cristianismo ha sido impuesto a Occidente por gobiernos totalitarios liberales e izquierdistas.
Entender el cristianismo a través del prisma de la estrategia evolutiva grupal puede arrojar luz sobre la significativa amenaza que la religión representa para los europeos. Como un concepto fecundo originalmente formulado por Kevin MacDonald, fue usado con un efecto devastador en su análisis de los movimientos intelectuales y políticos judíos del siglo XX. En un mundo caracterizado por la preferencia etno-racial dentro de un grupo, la ausencia de una estrategia evolutiva grupal que permita a las poblaciones sobrevivir y replicarse, a nivel de especie y sub-especies, es algo muy mal adaptivo.
Una estrategia evolutiva grupal es definida como un "experimento con vivos". Eso se refiere al establecimiento de procesos o estructuras ideológicas culturalmente intermediados que permiten que la gente ejerza el control de la selección natural al nivel de grupo. Las características básicas de la estrategia grupal evolutiva de los judíos son:
1) El rechazo de la asimilación tanto genética como cultural en poblaciones vecinas. Los judíos en Europa y el Medio Oriente se auto-segregaron de los Gentiles dándole forma a una identidad distinta para sí mismos. Eso fue conseguido mediante la imposición de una estricta endogamia y segregación residencial. La conexión genética entre grupos judíos, como los sefardíes y los ashkenazis, es más alta que entre los judíos y las poblaciones europeas debido a esa antiquísima resistencia a la asimilación.
2) La exitosa competición económica y reproductiva que ha expulsado a los europeos de ciertos sectores de sus propias sociedades (como el área de las finanzas).
3) Un alto etnocentrismo.
4) Altruísmo dentro del grupo que favorece a los judíos a costa de los grupos ajenos.
5) La institucionalización de prácticas eugenésicas que seleccionan la alta inteligencia y la escrupulosidad en las poblaciones judías.
En contraste, el cristianismo socava la supervivencia grupal suprimiendo las tendencias etnocéntricas naturales y maximizando la difusión de rasgos disgenésicos. El cristianismo no proporciona ninguna barrera eficaz a la asimilación cultural y genética de los europeos por parte de poblaciones de color circundantes; por ejemplo, durante la colonización española y portuguesa de las Américas en los siglos XVI y XVII, la Iglesia Católica promovió agresivamente el mestizaje entre los conquistadores. Los funcionarios eclesiásticos animaron a los colonos europeos a casarse y cruzarse con sus concubinas nativas indias y africanas. Eso resultó en un genocidio demográfico a gran escala, que reemplazó la homogeneidad genética europea con el mestizaje. Que el cristianismo sea una ideología no-etnocéntrica basada en un universalismo moral es otro problema serio con dicha religión. Los europeos siempre defenderán los intereses de grupos ajenos hostiles a costa de sus congéneres europeos en nombre del amor y la hermandad cristianos. El cristianismo también se opone a la alta agresividad dirigida contra miembros de grupos ajenos; en cambio, se espera que los creyentes practiquen la no-violencia y la compasión ante el reemplazo demográfico.
La alta agresividad es una característica definitoria de la estrategia evolutiva grupal de los judíos, que les ha permitido vencer a los europeos en sus propias sociedades. Finalmente, el cristianismo es militantemente anti-eugenésico, que es por lo cual permite que los débiles sobrevivan y se reproduzcan. Eso ha disminuido el CI promedio y la prevalencia de otros rasgos beneficiosos en las sociedades europeas. En contraste, la estrategia evolutiva grupal judía institucionaliza prácticas eugenésicas que seleccionan positivamente esos rasgos, especialmente la alta inteligencia. Esas prácticas eugenésicas han permitido a los judíos ejercer un grado de influencia sobre las sociedades occidentales que es enormemente desproporcionado en relación a sus números reales. A diferencia del judaísmo para los judíos, el cristianismo no funciona como una estrategia evolutiva grupal para los europeos, sino como una receta para el suicidio racial y cultural a una escala masiva.
Todas las medidas agresivamente preventivas contra el cristianismo son ciertamente justificables en términos éticos ante la decadencia occidental y la extinción racial europea. Al llevar a cabo eso, es recomendable un enfoque más científico. El intelectual europeo, antes de que él idee algún plan de acción, debe reconocer primero que ningún otro proceso biológico es tan importante para los humanos como la evolución a través de la selección natural. Si él debe tener algún sistema de creencias, debe ser la religión civil de la eugenesia. La incorporación de la eugenesia en el tejido de la vida cívica evitaría la coerción, haciendo de la higiene racial un asunto de voluntario consentimiento. Él también haría bien en abrazar la cosmovisión tri-funcional de los antiguos indoeuropeos. Durante muchos miles de años, la ideología tri-funcional sirvió como una eficaz fuerza disuasoria para la patología del universalismo moral. Ideando el sistema de castas tripartito como el pilar fundamental de un nuevo orden, la ley de hierro de la desigualdad es exaltada como la ley más alta, la más conducente al logro de la armonía social. En esta visión, la casta más alta, equivalente a la de los brahmanes de la India ocupada por los arios, o a la de los guardianes de la República de Platón, estaría ocupada en búsquedas científicas y tecnológicas. A ellos se les confiaría el progreso material de la civilización. Su sistema moral, formado por los principios de la biología evolutiva y la eugenesia, se derivaría del siguiente axioma:
Lo que es moralmente correcto es eugenésico, es decir, mejora la raza biológicamente;
lo que es moralmente incorrecto es disgenésico, es decir, degrada la raza biológicamente.
La segunda clase de individuos será criada para la guerra, y la tercera consistirá en productores industriales y agrícolas. Éstos corresponden a los arios kshatryas y vaishyas o las castas de "plata" y de "bronce" de la República de Platón. Ya que esos individuos no poseen la capacidad cognoscitiva para participar en la altamente abstracta religión civil de los brahmanes, ellos adorarán a sus antepasados distantes como los dioses raciales de una nueva religión fundada sobre principios eugenésicos.
El cristianismo es una superstición irracional, lo que significa que su influencia no será mitigada mediante argumentos lógicos. La simplicidad infantil del dogma cristiano es "una característica, no un defecto". Sin una capacidad para apelar al denominador común más bajo, el cristianismo no se habría extendido tan rápidamente como lo hizo durante el siglo IV. Una Humanidad europea ilustrada, educada en los principios de la evolución darwiniana y la eugenesia, no puede coexistir al lado de esa antigua plaga semita. La correlación negativa que existe entre religiosidad cristiana e inteligencia simplemente refuerza esta conclusión. El cristianismo es un problema aparentemente inmanejable principalmente por razones eugenésicas y biológicas. Aunque un enfoque eugenésico sea claramente necesario, otras cosas deben ser hechas. Si el cristianismo debe ser abolido, todos los programas aprobados por el Estado de adoctrinamiento multicultural deben ser completamente eliminados junto con él.
Por medio de un programa de crianza rigurosamente eugenésica y tomando el control de los medios de comunicación, los europeos serán liberados del sistema ético neo-cristiano que les han metido desde la infancia. Ellos llegarán a ver la eugenesia, en cambio, como una forma necesaria de transcendencia espiritual. Mediante un proceso de desarrollo evolutivo que sea tanto culturalmente como tecnológicamente intermediado, las castas más bajas abrazarán la religión civil de los brahmanes y se verán a sí mismos como dioses; los más evolucionados brahmanes se moverán hacia una contemplación más intensiva de abstracciones matemáticas y científicas cada vez más sofisticadas. Ese desarrollo progresivo de la conciencia racial europea asegurará la adopción de una estrategia evolutiva grupal exitosa entre los europeos.
La progresiva reducción gradual de individuos con CIs bajo 100 será realizada como un acto de devoción religiosa entre las castas inferiores. Los kshatryas arios, los "caballeros de la fe" de la nueva religión racial aria, impondrán un régimen eugenésico sobre el planeta entero, poblando de nuevo el Tercer Mundo con súper-organismos altamente evolucionados que convertirán esos antiguos hoyos del infierno en paraísos terrenales. El derroche de preciosos recursos materiales para cuidar de miembros menos desarrollados de la especie humana será una cosa del pasado. La Humanidad, cuyo progreso científico y tecnológico se estancó durante finales del siglo XX, reanudará otra vez su viaje ascendente hacia las estrellas.
La crianza eugenésica obligará a los europeos a comprender la verdad de la percepción central de Nietzsche: el cristianismo, un transvaloración de todos los valores conducida por el ressentiment, es una moral de esclavos. Es la rebelión del infrahombre contra las aristocráticas virtudes indoeuropeas de fuerza y magnanimidad, orgullo y nobleza. Al repudiar el sifilítico veneno del cristianismo, los europeos se convertirán en una raza de creadores de valores, una vez más a cargo de sus propios destinos, mientras afirman la belleza de la vida en toda su plenitud.
PRIMERA PARTE
http://editorial-streicher.blogspot.com/2020/01/por-que-los-europeos-deben-rechazar-el.html
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